martes, 12 de julio de 2011

SODOMIA

A través de la puerta entreabierta lo pude observar. Lucía un cuerpo espléndido. Sin saber que era contemplado, y tarareando una canción se movía lenta y rítmicamente bajo la ducha. El agua corría por su espalda y llegaba a sus caderas. El movimiento lento y circular de sus nalgas era por demás excitante. Al jabonarse sus manos recorrían todo su cuerpo, acariciando sus tetillas, vientre, y recorriendo ese hermoso par de nalgas morenas. Casi podía sentir el aroma de su piel, esa carne tierna, dura, y al mismo tiempo esa piel tan suave. Mi verga se manifestaba en toda su potencia y lo apuntaba amenazadoramente, sus gruesas venas dilatadas al máximo, su roja cabezota, húmeda en la punta por unas gotas de semen y sobre todo mi mirada, plena de excitación y deseo lo hicieron que interrumpiera su baño. Durante unos brevísimos segundos no supe qué hacer, me detenía el temor de ser rechazado y los atavismos morales, al final se impuso más el deseo y la excitación que la cordura, y simulando una calma que estaba muy lejos de sentir, dirigí mi vista hacia mi verga y luego lo miré a los ojos con una mirada de complicidad. Su cara, despojada del temor inicial, empezaba a tomar una actitud de curiosidad. Y volteó su mirada en dirección de mi verga, que apuntaba a él directamente exclamó: -La verdad es que es muy grande y gruesa y siento que me vas a hacer daño-. Esta frase, dicha con toda la naturalidad del mundo, y tocando la punta de mi miembro con su dedo índice, incrementó aún más mi excitación, pues significaba una aceptación previa. Lo único que tenía que hacer era convencerlo que no implicaba daño alguno, y uniendo la acción a la palabra y al tiempo que empezaba a jabonarle cariñosamente le expresé: -No tienes porque sentir temor, llegado el momento lo haré con muchísimo cuidado y cuidando de no lastimarte, tú solo abandónate a las sensaciones y únicamente déjame hacer a mí-. Me acerqué aún más a él, mi mano izquierda empezó un delicioso jugueteo con sus tetillas, masajeándolas, apretándolas cariñosamente. Mi mano derecha se desplazó a lo largo y ancho de su espalda, llegando a la zona de sus glúteos. Palpé cada una de sus nalgas, sentí en mi mano la dureza de su carne palpitante. Aprovechando el jabón que corría por su espalda y llegaba a la separación de sus nalgas, coloqué mi dedo en la entrada de su ano e inicié a juguetear con su esfínter. Su respiración se tornó más agitada y con su inexperta mano, cogió mi verga de la punta iniciando una torpe masturbación. Su mano aferró mi verga, manipulándola de una forma burda pero excitante. En el momento menos pensado, introduje fuertemente mi dedo anular dentro de su recto. Un grito ahogado seguido de un pequeño salto al sentir la invasión de su intimidad fue toda su respuesta, y a partir de ese momento todo fueron jadeos y suspiros. El agua corría por nuestros cuerpos. Mi boca respiraba deseo y excitación y recorría cada palmo de su cuello, sus hombros y sus mejillas. Mi dedo saliendo y entrando hasta el tope en su recto, cada vez más dilatado, y su pequeña mano aferrada con mayor desesperación a mi miembro. Cuando la excitación llegó a su máximo, lo tomé con ambas manos de los hombros, empujándolo hacia abajo. El entendió el mudo lenguaje, y lentamente se fue inclinando hasta que la punta de mi verga estuvo a la altura de sus ojos. Durante unos segundos la sostuvo con ambas manos, palpándola, sintiéndola, recorriendo con su mano toda la extensión de mi miembro, acariciándola. Una vez reconocido el terreno, tímidamente abrió su tierna boca y se la introduje toda, lo más que pude, aferrándome e impulsándome con mis manos en su nuca y dando rienda suelta a mis instintos, a la vez que follaba rudamente su boca. El sonido de mis quejidos incrementaron su excitación. Su boca se extendió lo más posible para recibir toda la extensión de mi miembro. Con mi mano en su cabeza intentaba penetrar aún más, hasta que un sonido de arcadas me hizo desistir de mi empeño, pero él hizo otro intento de tragarse todo ese trozo de carne que forzaba sus labios. Hasta que no pude más, y de un envión se la introduje lo más posible, enviándole chorros y chorros de un líquido blancuzco que él intentaba tragar lo más posible. Todo el deseo contenido se derramaba en esa corrida increíble. Uno dos tres chorros golpeando contra su garganta, inundando su boca hasta salir rezumando por sus labios. Pasados esos momentos y llegada la calma, cariñosamente lo hice poner de pie. Limpié con cuidado todo el semen que aún le escurría por las comisuras de sus labios y levantándole en vilo en mis brazos lo llevé a la cama. Te garanticé que si le gustaba, le iba a hacer ver estrellitas cuando sintiera como mi verga le rompía ese culito tan precioso que tenía y llegando hasta el fondo de tu recto lo llenaría con esa leche que acababa de probar. No dijo nada. Su poca resistencia había cesado y ahora se dejaba hacer como un muñeco de carne. Descansó su cabeza en mi hombro al tiempo que me decía. -Sí, ahora estoy listo y quiero probar esa deliciosa verga que tienes. Quiero que me la metas hasta dentro y que disfrutes y me goces como tú quieras. En ese momento mi miembro estaba listo para una batalla más. Lo coloqué en cuatro al borde de la cama, separando ligeramente sus piernas y dejando su tierno hoyito a mi merced. Apoyándose en sus antebrazos, recostó sus mejillas en la almohada y se abandonó dócilmente a mis deseos. Después de embadurnar su entrada y mi miembro con una crema, le coloqué la punta en la entrada de su esfínter. Tomándole por los hombros con ambas manos, hice el primer intento de penetración. Mi roja cabeza chocando con sus nalgas y un gemido fueron la única respuesta. Un segundo intento con mayor fuerza y la roja punta alcanzó a penetrar unos milímetros. Al tercer intento le arranqué un largo gemido al lograr distender su esfínter y ver cómo la roja punta se introducía en su oscuro agujero. El lanzo un grito ahogado: -¡Aaayyy !, siento que me partes, me duele y me arde mucho-. A fin de acostumbrarlo, y amoldar su pequeño culito a mi verga, inicié un movimiento de bombeo, sacando y metiendo únicamente la punta de mi verga en ese delicioso hoyito,... entrando y saliendo... Había perdido la noción de las cosas. Los ojos cerrados, el rostro escondido entre las almohadas y sus manos crispadas que se aferraban haciendo nudos con las sábanas, y un dejo de saliva escapando por su boca denotaban el placer que estaba sintiendo. En medio de los movimientos dijo: ¡Así, así! Recuerda que soy virgen, así que cógeme con mucho cuidado... soy tuyo, soy tu cabroncito, soy tu putita particular... métemelo más por favor-. Aprovechando la distensión de su esfínter, mi verga fue ganando terreno poco a poco dentro de su recto. Penetrándolo más y más cada vez, regresando hasta que sólo la punta estaba adentro sólo para volver a insertárselo más profundamente hasta que los negros mechones de mis pelos púbicos y mis bolas chocaron contra sus duras nalgas. Entremezclados con sus grititos y jadeos se escuchaban los golpeteos cada vez que mis bolas chocaban con sus nalgas. Todo era placer, las sensaciones se sucedían unas a otras. Sentir cómo su recto aprisionaba mi miembro en toda su extensión, ver el temblor de sus nalgas que se movían en cada golpe de mis huevos. Todo ello me hizo que no aguantara más y le solté toda mi leche. Borbotones de líquido blanco golpeaban en sus entrañas en tanto mi verga continuaba entrando y saliendo con más furia de sus intestinos. Una vez que terminó todo, y sin fuerzas me dejé caer sobre su espalda. La excitación había terminado y poco a poco recobré la conciencia de la realidad. Bajo de mí, yacía su cuerpo, todavía con mi verga, un poco fláccida ya, dentro de su recto. Todo era silencio.

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