sábado, 15 de octubre de 2016

EL CULO DE MAMA


Mi madre es una mujer cuarentona, morena, cabello largo liso, lo que más me llamaba la atención de ella, eran quizás sus pechos, grandes y duros, también sus piernas y su culo, redondo y duro. Mi madre es divorciada hace 3 años, y vivimos los dos solos en apartamento. Mi relación con ella era de lo mas cordial, no como madre e hijo, sino más como dos buenos amigos, pero eso si, manteniendo las distancias y sobre todo el respeto. Estaba acostumbrado a verla semidesnuda, algo que me excitaba sobremanera. Casi siempre me masturbaba pensando en ella y siempre tomaba su ropa interior para hacerlo o en los momentos en los que ella se bañaba, pero como es la vida, un día ella me descubrió masturbándome con una braga de ella en su habitación, sin darme cuenta que ella había llegado, entró a la habitación y que gran sorpresa se dio cuando estaba con los pantalones abajo y con una braga en la mano y la otra mano en mi verga dura y roja.
En aquella ocasión me dijo: “ya eres un hombre, pero eso no te da el derecho para que hagas lo que haces o es que acaso te gusto?”. La pregunta me tomó por sorpresa y no supe que contestar. Cambié de color mi cara, se aproximó y me dio un beso, me dijo: “deberías confiar en mi, vamos no seas bobo, dímelo”. Aquel día tuvimos una charla interesante, yo reconocí que la espiaba cuando se duchaba o iba a al baño, también que me masturbaba pensando en ella, etc. Ella por su parte admitió que yo era un hombrecito y reconoció que lo que hacia era normal, pero que debía controlarlo porque ella era mi madre.
Todo cambió al mes siguiente cuando ella y su novio de 2 meses habían terminado, ella llegó llorando a mi habitación, ese día también charlamos, lo que me dejó impresionado fue que ella y ese patán nunca habían tenido sexo, que en parte me complacía mucho. Mi madre se ofreció a dormir esa noche conmigo en mi habitación, pues no quería sentirse sola esa noche. Ya cansados del día tan ajetreado, nos fuimos a la cama. Yo, me quedé en bóxer, mi madre, se puso su camisón, apagó la luz y se quitó el sujetador, acostándose a mi lado.
Sentirla junto a mí me excitaba, y no podía hacer nada, mi verga estaba erecta y dura. No quería que ella se diese cuenta, me di la vuelta dándole la espalda. Ella me dijo, por favor no me des la espalda, anda, date la vuelta y abrázame. Estaba apenadísimo por lo que me estaba pasando, ante su insistencia me di la vuelta, ella me rozó con su pierna y se dio cuenta de lo que estaba pasando. “Que pasa ya estamos otra vez, creí que el otro día había quedado claro, tienes que pensar, que soy tu madre, no una mujer cualquiera, no puedes excitarte así” me dijo. “Vamos, piensa en otra cosa e intenta dormir”. Para mi era imposible conciliar el sueño, solo con oler su cuerpo ya estaba excitado. Se dio la vuelta dándome la espalda con la intención de dormir.
Mi cama no es muy grande y fue peor el remedio, pues al sentir sus nalgas frías, me excité aún más. Ella lo notó, no dijo nada, simplemente apretó su culo contra mis piernas, sintiendo mi verga dura pegada a su culo. “Niño, piensa en otra cosa, que te van a doler los testículos, vamos no seas bobo” me dijo un poco molesta. Pero era imposible, en lo único que podía pensar era en ella, como la deseaba. Me moví dos o tres veces disimuladamente rozando mi verga contra su culo, esperando que ella se enojara aún más, pero no dijo nada. Seguí con mi movimiento, como si estuviese haciéndole el amor, apretando la polla contra sus nalgas, pero ella siguió callada, sin decir nada. Por fin me decidí a abrazarla, sintiendo sus pechos y sobre todo sus pezones erectos y duros.
Toqué suavemente su pezón con la yema de mi dedo. “Por favor niño estate quieto, que yo también soy una persona y no soy de piedra, además, mira como estas” dijo al tiempo que con su mano izquierda tocaba mi verga. “Duérmete por favor, no te da vergüenza” me dijo ya un poco más calmada Estuve rozándole el culo con mi pene bastante tiempo, ella no decía nada, pero yo si oía su respiración agitada. Era posible que la hubiese excitado. Claro que lo era, sus pezones estaban durísimos, y cuando retiré la mano de su pecho, ella me la cogió y volvió a ponerla sobre el, haciendo que le tocase el pezón. Aquello me hizo reflexionar un poco por lo tanto me aparté un poco de ella, introduje mi mano por detrás entre sus piernas. Ella al principio dio un ligero respingo, pero no dijo nada, es más, ante mi insistencia abrió ligeramente las piernas permitiendo que mi mano, a través de sus bragas, se aproximase a la vagina. Tenía las bragas mojadas, estaba súper excitada. Me retiró la mano de entre sus piernas, se dio la vuelta me dio un beso y me dijo: “por fa, ya eres un niño muy grande, ya vas para adulto, por fa compórtate”, entonces me dio un beso se levantó de mi cama y se fue a su habitación.
Al día siguiente me levanté para ir a estudiar, cuando lo único que miré fue que el desayuno estaba en la mesa y nada más, mi mamá se había ido a trabajar, durante toda la mañana estuve pensando en ella y en lo que había pasado y me sentía muy apenado, en todo el día no fui a mi casa, sino hasta la hora de la cena, como eso de las 8 de la noche, como era habitual, cenamos, aunque en toda la cena nunca la miré a la cara, es que ni siquiera hablamos, luego yo pasé a la ducha. Cuando terminé, fui a mi habitación y me puse un pantalón corto de pijama. Mi madre me precedió en la ducha. Ese día no intenté verla, estaba avergonzado por lo que había sucedido la noche anterior. Estuvo más tiempo de lo habitual en el baño, por fin salió envuelta en una toalla y entró en su habitación. Yo me estiré en el sofá para ver la tv. Cuando ella entró en el salón, no daba crédito a mis ojos, allí estaba con un vestido que tenia un gran escote y le llegaba hasta el vientre, le dejaba ver su ombligo, y además era muy corto que solo con agacharse se le notaria todo, además se le alcanzaba a percibir un tanga muy excitante.
Era increíble. No podía articular palabra. Me limité a mirarla. Mi polla estaba a punto de reventar. Ella me miró, se aproximó a mi y me dijo: “no era esto lo que querías, pues aquí me tienes. Te gustó”. No sabia que decir, afirmé con la cabeza sin apartar la mirada de sus pechos y sus piernas. Se sentó junto a mi en el sofá y me abrazó, comenzó por besarme suavemente en los labios. “Tengo que enseñarte a besar, a ver si aprendes” me dijo, al mismo tiempo que me besaba, con su mano derecha cogió mi pene erecto y duro como una piedra. “Vamos a mi cama, estaremos más cómodos” me dijo mientras me tomaba de la mano. Una vez en la cama, me quitó el pantalón del pijama dejando mi verga erecta al aire, no lo dudó un segundo, la acarició con sus dedos, entreteniéndose especialmente en el glande. “Tienes una buena polla, el capullo es enorme, te la voy a comer bien, pero ten cuidado de no correrte en mi boca, necesito tu leche en otro sitio” me dijo sonriendo y con cara de puta. Yo alucinaba, estaba a punto de reventar. Cuando apretó el capullo con sus labios estuve a punto de correrme en su boca, pero ella lo impidió. Aquello era alucinante, me sentía en la gloria. Mientras ella se comía mi polla, Ella se fue alzando el vestido dejando ver sus bragas que eran comidas por esas enormes nalgas, soltó mi verga y se acomodó su braga hacia un lado, luego abrió sus piernas, al tiempo que me hacia subir acoplándome entre sus piernas. Cogió mi polla con su mano y la aproximó a su vagina, pasándose el capullo por su clítoris que ya estaba muy abultado.
Tenía un coño bonito, con poco vello y de color rubio. La piel de todo su cuerpo era muy suave y especialmente la de sus piernas. Así permaneció un rato. Yo estaba excitado en extremo, deseaba meterle mi polla, pero ella no lo permitía, siguió masajeando su clítoris hasta que tuvo un orgasmo. Sentía como le corría su flujo por mi polla, estaba encharcada. “Cariño, mira como has puesto mi coñito de mojado. Ahora méteme tu pollón, pero con suavidad, no me hagas daño” me dijo con voz entrecortada de la excitación. Con su mano colocó mi capullo en la entrada de su coño, apreté suavemente. El estar tan lubricada permitió que el capullo entrase con suavidad en aquella estrecha cavidad. Fui apretando lentamente hasta que tuvo toda la polla en su interior. Comencé a bombear en principio con suavidad. Ella gemía, de placer, me besaba el cuello y la boca mordiendo mis labios y apretando mi espalda. “Así amor, así, muévete un poquito más rápido. Ahh como me gusta. Me voy a correr. Siento tu chipote como llena mi coño. Muévete por favor. Me corro” me decía gritando de placer. El orgasmo fue inmediato. Los dos nos corrimos al mismo tiempo. Descargué toda mi leche en el interior de su coño. Mientras me corría dejé de moverme, pero ella cruzó sus piernas a mi espalda y apretó con fuerza su coño contra mi polla, consiguiendo una penetración profunda. “Para cariño para que me matas. Me haces daño con tu polla. Me siento llena”. Fue en ese instante en el que asustado le pregunté: “mamá te lo eché dentro, que tal si quedas embarazada”, ella sonriente me dijo: “tranqui pequeño, yo me cuido, además me operé para que no pudiera tener mas hijos tan morbosos como tú, además al único que quiero es a ti”, eso me excito aún más.
Estuvimos abrazados por un buen tiempo me preguntó: “te gusta como estoy”, yo en mi excitación y mirando como ese vestido negro lo tenia en sus caderas, y esa braga hacia un lado me excité de nuevo. “Claro mamá que me gustas, mira como se pone mi polla cuando te miro” le respondí inmediatamente. Le dije que se tendiera en la cama y comencé a besarle por todo el cuerpo. Ella estaba tan excitada como yo. Cuando llegué pasándole mi lengua a la altura de su ombligo, jadeaba y se movía, tal era su excitación. Separé sus piernas y comencé a comerme su coño. “Déjame, vamos a hacer un 69” me dijo. Me di la vuelta y metí mi polla en su boca. Comí despacio con suavidad su rajita de color rosado, introduciendo mi lengua en ella. Al momento explotó, tuvo un orgasmo descomunal. Su flujo vaginal caía sobre mi lengua. Limpié bien su vagina haciéndola correrse por segunda vez. Me aparté y la abracé. “Déjame que te la chupe, quiero que te corras en mi boca, me voy acomer toda tu leche” me dijo, pero le dije inmediatamente: “no, déjame, quiero correrme en tu culo” y ella me contestó un poco alterada: “estas loco, como vas a meterme esa verga tan grande en el culo, es imposible, no entrara, y además me vas a hacer mucho daño”. Ante mi insistencia, y a base de pasar mis dedos por su coño y su culo, accedió a que la penetrase por detrás.
De la mesilla cogió un bote de crema, se dio con ella en el ano y a mí en el glande, mojándome bien con ella toda la polla. Se puso en la posición del perrito y separó sus nalgas mostrándome su agujerito de color marrón. “Ponme crema en el culo, por favor y además suavízamelo un poco con tus dedos, sino, no conseguirás meterme todo eso” me dijo un poco preocupada. Estuve un rato introduciéndole un dedo con crema, unté un poco mi glande lo apoyé en su agujero. Apreté un poquito, tímidamente se abrió y penetró un poco la punta, pero comenzó a quejarse que le dolía, por lo que lo retiré y le di más crema. Así estuve bastante rato, hasta que conseguí introducir mi capullo. Ella se quejó un poco, pero yo me paré hasta que el estrecho orificio se acostumbró a lo que tenía dentro. Con suavidad, paciencia y vaselina conseguí penetrarla, llegando a introducir mi polla entera.
Ella gemía y se quejaba de dolor, pero cuando hube bombeado 8 o 10 veces su culo, los grititos de dolor cambiaron a: “así, así, fóllame bien. Me gusta tu polla, siento mi culo lleno de ti, cógeme el coño, me duele pero me gustaaaaa!”, luego gritaba que se iba a correr. Inmediatamente me corrí en su culo, llenándolo de leche, ella estiró sus piernas y me quedé acoplado hasta que mi polla, debido a la flaccidez, salió del estrecho conducto de su culo, que en aquel momento había dejado de ser virgen y estaba bastante abierto. Después de un buen tiempo, ella empezó a comer de nuevo mi verga hasta tal punto que estaba tan gorda y gruesa, de repente se subió encima de mÍ y empezó a cabalgar, lo hacia tan rápido que yo bombeaba con satisfacción y muy rápido también, mientras cabalgaba encima mío, yo le besaba y mordisqueaba sus pezones que estaban tan erectos y duros como una piedra, además nos dábamos besos apasionados, solo lengua, que la saliva salía y llegaba a sus senos y yo volvía y la lamía. Ella gritaba de emoción: “así, así hijo, complace a tu madre, llena el lugar por donde saliste, así, asiiii”. De pronto dejó de moverse y se paró, me preocupé y le pregunté que pasaba, ella lo único que hizo fue darse la vuelta y empezar a meter mi verga por su culo, mi verga dura y gorda empezaba a entrar con más facilidad que antes debido a todos esos jugos que mi madre soltaba cuando estábamos, cuando entró por completo mi verga en ese culo rosa, fue entonces que se empezó a mover más y más rápido, le gustaba que le metiera mi pollón por ese culo tan estrecho y húmedo, intentaba mordisquear sus tetas, ella lo único que me decía:” rompeme el culo, parteme en dos, toca mi clítoris con tus manos sudorosas”, yo emocionado lo hacia hasta el punto en que ella lo empezó a hacer por si misma, gemía como puta, hasta que no aguantó más y se vino, eso fue lo más espectacular, cuando se vino parecía una llave de agua, fue uno de los mejores orgasmos que había tenido en su vida y por supuesto conmigo. A los pocos minutos fui yo el que me vine en su culo, llené como nunca ese agujero tan delicioso. de repente se paró y empezó a comer mi verga, la comió tan bien que no dejó ni una sola gota de leche en ella y lo único que dijo al terminar fue: “Gracias cariño, eres lo mejor, me alegro de ser tu madre”, después de eso charlamos un poco y concluimos que ya no era necesario que me masturbara, que solo pensara que ella iba a estar ahí cuando la necesitara, y desde ese día cuando quiero una chica, mi buena madre y su buen culo esta, por cierto ahora cuando lo hacemos, siempre le gusta que le empiece rompiendo ese culo tan maravilloso.

AL SALIR DEL BAÑO


La relación con mi mamá es muy cercana, cariñosa y de mucha confianza ella siempre me ve desnudo pero yo no a ella aunque cuando era mas chico nos bañábamos juntos pero ya ni me acuerdo de eso. Lo que les voy a contar esta sucediendo en estos días. Estando solo con mamá me ha dado por espiarla cuando se ducha o cuando esta vistiéndose la verdad es que no he podido ver mucho solo cuando mamá anda en casa con ropa interior lo que me bastado para masturbarme pensando en su culo muy bien formado y sus enormes tetas. Pero lo que pasó este domingo rompió la monotonía. Yo estaba durmiendo cuando sentí unos gritos de mamá llamándome desde el baño. Me dice que le traiga la toalla, el solo ello de saber que tendría a mamá desnuda tan cerca me provocó que se me empinara el palo automáticamente. Entré al baño tratando de disimular mi erección. Le digo a mamá… aquí está la toalla y mamá abre la cortina… quedé helado por fin tenia mamá completamente desnuda frente a mis ojos aunque sólo por unos segundos iba saliendo del baño y mamá… me pide que traiga la crema para el cuerpo de está en su dormitorio, llego con la crema y mamá se estaba secando de espalda a la puerta con lo que pude apreciar con calma su culo enorme… se da cuenta que llegué con la crema… y se pone la tolla en la cintura y me pide la crema… al mirarme se da cuenta de la tremenda erección que a esa altura era imposible disimular… y me pregunta qué te pasa… nada por qué… mira como tienes el pene… ah es que tengo ganas de hacer pichi… bueno no te aguantes más y hace... me dio mucha vergüenza porque aunque no era primera vez que me veía meando nunca me había visto con tamaña erección… mientras trataba de hacer pis mamá se sacó la toalla y empezó esparcirse la crema por todo el cuerpo, yo la miraba por el espejo como pasaba su mano por su bello cuerpo terminó de hacerlo y al ver que yo todavía nos lograba hacer pis... mamá saliendo del baño me dice… te voy a dejar solo para que puedas desahogarte, sonríe y se va del baño… Yo no sé si es normal lo que estoy sintiendo, seguramente no, pero no puedo evitar calentarme con mamá. Por otra parte no sé por qué mamá hizo lo de hoy, seguramente fue sin querer.

martes, 12 de julio de 2016

MIRANDOSE EN EL ESPEJO


A los 38 años, Cristina empezó a preocuparse por su vida. Creía que ingresar a la cuarta década era casi como empezar a envejecer. Casada y con un hijo adolescente de 17 años, pensaba que no tenía mucho de que quejarse pero no era una mujer feliz. Aquella mañana se despertó angustiada. Había pasado la noche sin dormir luego de hacer el amor, como de costumbre con José, su esposo. Le preocupaba sentir que “eso” se había convertido en una costumbre, en una rutina en la que él disfrutaba a su manera y en la que cada día, mejor dicho cada noche… cada viernes por la noche… sentía ella que ya no sentía nada. Tenía que aceptarlo, que reconocer que no era feliz.

Como era sábado, no tenía que ir a trabajar, hubiera querido quedarse en la cama hasta avanzada la mañana. Pero también se dio cuenta que no soportaba más tiempo permanecer en el mismo lecho donde pocas horas antes había sido disfrutada, casi apropiada en su intimidad por su marido. Se levantó sin hacer ruido ni mover la cama y así desnuda, como había quedado, caminó lenta y pensativamente para observar su hermoso cuerpo en el amplio espejo que tenía en pasillo entre su habitación, el dormitorio de su hijo y el baño. Estaba tan ensimismada que no le importó en ese momento si su hijo salía de su habitación y la encontraba en su plena desnudez. Apuró el recorrido visual por su cuerpo, senos grandes, blancos como la leche, claros pezones erguidos, su cintura algo gruesa, buenas caderas y hermosos glúteos. Detuvo su mirada unos segundos en el casi amplio y tupido triángulo de vellos que cubrían su pubis y no dejaban ver sus labios más ocultos. De pronto sintió algo en su interior que le decía que estaba viva. Giró sobre sus delicados pies e ingresó rápidamente en el baño. Mirarse en el espejo la había excitado. Sin embargo, se resistía a reconocer que ella podía sentir emociones y placeres tan profundos y deliciosos que, creía, sólo los hombres podían tener. En realidad siempre tuvo una lucha interior para reconocer su sexualidad que bullía intensamente en su interior y que ella frecuentemente trataba de ignorar.

Esta vez, descubría que cada movimiento, cada pensamiento, cada centímetro de su piel, de todo su cuerpo, tenía una vida propia y latía en su interior, fluía como pequeñas y grandes oleadas de sensualidad que avanzaban raudamente hacia sus pechos concentrándose en sus pezones y también hacia su sexo humedeciendo su vagina y también un poco en su exterior. Todavía no comprendía bien qué ocurría en ella que le producía esas contracciones en sus paredes vaginales y esos latidos en aquel botón en flor que parecía electrizar todo su cuerpo y que se llama clítoris. Tenía un fuerte temor que le costó mucho esfuerzo vencer pero logró acariciar primero sus labios vaginales y luego de separarlos suavemente encontrar ese punto tan sensible y frotarlo ligera pero repetidamente con cada uno de sus dedos: había descubierto su clítoris, la llave del placer, la puerta de ingreso al paraíso, la catedral del orgasmo que, desgraciadamente, ignoraba su marido. Sí, ahora se daba cuenta que él era diferente a ella, no solamente porque pensaban de manera distinta sino porque ella podía sentir emociones y placeres que él no le podía producir. Se sintió muy mal y se dijo que algo tenía que hacer. Vio que habían pasado más de 15 minutos y abrió el grifo de la ducha y dejó correr un buen chorro de agua que le brindó excelentes masajes a su excitado cuerpo ayudándole a relajarse. Aseó todo su cuerpo, lavó sus cabellos, depiló sus axilas y luego… algo que siempre quiso pero nunca se atrevió siquiera a imaginar concientemente…, empezó a rasurar buena parte del vello que poblaba su pubis para mostrar su hermosa vulva con aquellos labios que nadie, aparte de su marido, había visto y cogiendo un espejo volvió a examinarse descubriendo aquella parte de su cuerpo que todos los varones querían de las mujeres, y que ella ahora tímidamente imaginaba que algún otro hombre podía acariciar, encender y hacerla disfrutar del amor. Se rasuró primero en la zona superior, luego en los costados con mucho cuidado, dejó apenas una breve zona de vello y tuvo una nueva sensación de desnudez pues podía mostrar su sexo en toda su plenitud y belleza. Se lavó, secó y luego pasó su mano sintiendo la suavidad de sus labios y cómo de ahí empezaba a fluir electricidad y a encender su cuerpo. Nada la podía detener y siguió con las caricias íntimas que nunca, nadie, ni ella misma, antes se había obsequiado, logrando masturbarse intensamente hasta producirse esas agradables convulsiones por oleadas que se entrecruzaban en el primer orgasmo verdadero que sentía desde que tenía marido… pero en ausencia de él, y descubrió que su marido ya no era necesario para hacerla feliz, porque ella podía serlo por sí misma. Luego de unos minutos, se relajó, recuperó la respiración que antes se había agitado alocadamente, se vistió con ropa ligera y cómoda, y salió del baño. Era otra. Fue una mujer la que había ingresado al baño una hora atrás, y otra, totalmente nueva, la mujer que salía en este momento, dueña de su propio cuerpo, de su propia intimidad.

En la casa todo seguía en silencio. Fue al dormitorio de su hijo, llamó a la puerta y al no obtener respuesta, ingresó encontrando a Mario profundamente dormido. Parada delante de su cama se quedó pensativa. Cuando adulto, ¿sería él un buen marido? ¿A qué edad descubriría el amor? ¿Haría feliz a alguna mujer? Aunque tenía 17 años y nunca pasó por su mente estas ideas, de pronto se aglutinaron en su mente, una tras otra, hincando sus temores. Luego de unos segundos de indecisión, lo cogió por un hombro moviéndolo apenas a la vez que le decía “hijo mío, levántate que es tarde”. No obteniendo una respuesta, repitió el llamado y levantó las sábanas e intentó, sin ocultar su propia risa, de alzar en brazos a su hijo y éste se vio obligado a sentarse al borde de la cama, reclamando que ese día no había que ir a la escuela. Cristina insistió logrando que, medio dormido medio despierto, se levante y vaya caminando zigzagueante al baño para despertarle plenamente con el agua fría de la ducha. Ayudado por su madre ingresó al baño, mientras ella le ayudaba a quitarse la polera que llevaba puesta. De pronto, Cristina se detuvo, su hijo sólo tenía unos bóxer y no se atrevió a quitárselos. Aunque antes ella siempre le había ayudado a bañarse hasta hacía unos de años, ahora sintió que estaba invadiendo la privacidad de su hijo a pesar de saber concientemente que no tenía por qué ser algo incorrecto ayudarle. No, por una fracción de segundo se dio cuenta que se había detenido porque le había dado curiosidad el ver cuánto habría crecido su hijo, saber si ya se estaba convirtiendo en un hombrecito y rápidamente, sus prejuicios y su mente la habían autocensurado. A la vez, esa sensación de que estaría haciendo algo malo le producía un interés mayor por ver la desnudez de su hijo y estaba paralizada por el dilema de controlarse y actuar decentemente o liberarse y satisfacer esa curiosidad carnal de descubrir cómo había cambiado el cuerpo de su hijo.

Insistió diciéndole a Mario que se despertara bien y que entre a la ducha pero él estaba tan somnoliento que Cristina se vio forzada a inclinarse un poco y coger el elástico de la cintura de los bóxer y bajarlos. Al principio volvió su cabeza para no ver pero a medida que lentamente le bajaba los bóxer a Mario sintió con gran fuerza la tentación de mirar y satisfacer su curiosidad. No, no podía estar teniendo esas sensaciones, esos deseo inadecuados en una madre. De pronto, puso en su mente la excusa de “no haré nada malo si sólo miro” y volvió su vista para descubrir que, efectivamente, Mario ya no era aquel niño que ella ayudaba a bañarse dos años atrás. Su sexo, su pene, había ganado en grosor, el glande se asomaba de la piel en la punta y los vellos crecían en su pubis. La imagen quedó grabada en la mente de Cristina. Abrió el grifo y dejó correr el agua fría que rápidamente despertó totalmente a su hijo y ella salió del baño, dejando a Mario en su privacidad. Estaba algo atolondrada, no podía pensar con claridad. No sabía cómo organizar en su mente todo lo ocurrido. ¡Al diablo! se dijo, no es lo mismo pensar y ver que hacer o coger, seguro son solamente mis prejuicios, y trató de olvidar lo sucedido.

No había dado dos pasos fuera del baño cuando en su mente apareció la curiosidad por saber si su hijo ya tenía conciencia de su cuerpo, si su pene tenía erecciones o si se masturbaba. De pronto se dijo que en realidad ella no conocía nada de su hijo. Siempre había tratado de ser una buena madre y estar muy cerca emocionalmente de su hijo. No sólo prepararle sus alimentos o asegurarle ropa limpia y esas cosas. También se había preocupado por si tenía alguna necesidad, algún temor o alguna duda pero ahora había abierto los ojos y descubierto que no sabía nada de lo que su hijo pensaba, hacía o sentía cuando ella no estaba delante de él. Tenía que ganarse su confianza para que él mismo pudiera decirle qué pensaba, qué sentía o qué dudas tenía ahora que era adolescente y cuando la sexualidad es algo tan importante. Si ella lo había visto desnudo ahora, si había visto con toda libertad su floreciente sexo, ¿por qué no podía conocer más de su hijo? Estas reflexiones la dejaron más tranquila, sí, se trataba de que ella no quería que su hijo fuera como su marido y que hiciera infeliz a una mujer como su madre. Y ella iba a ayudar a su hijo, sí, porque una madre también tenía el deber de asegurar la felicidad de su hijo, incluso la de su propia vida sexual. Ahora, Cristina se sintió bien, reconfortada y con una nueva obligación como madre… hasta que se percató que su hijo le llamaba desde la cocina preguntando por el desayuno. Ella sonrió en su interior y dijo, “allá voy cariño”.

Cristina se abocó a las tareas domésticas tratando de olvidar sus pensamientos y temores. José, su marido y Mario, su hijo, pronto estaban listos para salir. Como siempre ocurría, ellos volverían luego de unas horas esperando que la responsable madre y esposa les tuviera listo el almuerzo. No era de otra manera. ¿Qué otra cosa se podría esperar de ella? Cristina volvió a ser conciente de su situación y, nuevamente, se dio perfecta cuenta que debía cambiar la situación. Tenía que independizarse de las cadenas que la ataban a su marido y demostrarle a su hijo que una madre no sólo le lavaba la ropa y preparaba la comida. Preparó rápidamente una comida fría y la guardó en la nevera.

Fue a su habitación y, antes de ingresar, se percató otra vez del amplio espejo y se detuvo a mirarse. Algo le atraía fuertemente en el espejo, como si hubiera tomado vida propia, como si el espejo fuera ella misma que algo le quería decir. Miró su rostro, era conciente de su belleza y se consideraba una mujer bonita aunque su apreciación era objetiva y sabía que en un concurso de belleza ella no ocuparía los primeros lugares. No era una jovencita de 18 ó 20 años pero su cuerpo todavía mantenía una buena forma, le agradaba su mirada, el color y textura de su piel, sus cortos cabellos que hacía poco tiempo había teñido de un color oscuro. Pensativa empezó nuevamente a desnudarse. Nunca había sentido tanta satisfacción en desvestirse frente al espejo. Otras veces lo hacía rápidamente y sin prestar mayor atención. Ahora, se trataba de un acto totalmente sensual, quería sentir y disfrutar de cada momento, de cada centímetro de piel que descubría. Se había quedado en dos piezas, un sujetador grande y fuerte que cubría sus amplios senos sin dejar traslucir nada aunque sentía que sus pezones estaban erectos y tratando de liberarse. Su calzón, también de color carne, ocultaba sus más íntimos tesoros que empezaban a humedecerse y ya no mostraban a los lados, en el interior de sus muslos, los vellos que antes trataban de salir pues los había rasurado temprano por la mañana. Llevó sus manos hacia la espalda, desabrochó el sujetador y lo dejó caer lentamente, liberando sus palpitantes pechos y los hinchados pezones que acarició y pellizcó suavemente con ambas manos a la vez. Igual hizo quitándose el calzón que ya estaba humedecido en la entrepierna, lo miró detenidamente preguntándose cómo podía haberlos mojado tanto y tan rápido, olió aspirando fuertemente y sintió el intenso aroma de mujer, de hembra excitada y empezó a sentir el despertar de sus pechos, de su vagina, de su clítoris, en fin, de todo su cuerpo y dejó salir a la mujer que ya empezaba a ser. Así desnuda ingresó a su habitación y se acostó de espaldas iniciando un cuidadoso recorrido por todo su cuerpo. Se preguntaba internamente si otras mujeres conocían su cuerpo y su sexualidad así tan profundamente como ella estaba empezando a conocer. ¿Otras mujeres se acariciaban igual? ¿Con cuánta frecuencia se masturbaban? ¿Tenían curiosidad por el cuerpo de sus hijos? ¿Se sentían mal por pensar en el sexo, por querer disfrutar como otras personas? Continuó acariciándose lentamente cada zona que podía despertar, su cuello, sus hombros, sus axilas, sus pechos, sus pezones, su cintura, sus caderas, su vientre, sus labios vaginales, su clítoris, sus nalgas, su ano, sus muslos, sus piernas y sus pies, bajando y subiendo todo este recorrido tantas veces como quiso, hasta dedicar una mano a sus pechos y otra a su clítoris con furia y amor a la vez hasta liberar su fuerza interior, y soltar la tensión acumulada en esos momentos, desencadenando intensas convulsiones que recorrieron todo su cuerpo por varios minutos sin que nada lo pudiera detener. En esos momentos, por su mente pasaron miles de imágenes, que nunca antes hubiera sospechado guardaba en su interior y en ninguna de ellas se encontraba su marido, el siempre ausente José, pero sí tenían lugar especial sus amigos, algunos compañeros de trabajo y hasta Mario, su hijo. Poco a poco fue retomando la calma, sintiéndose muy relajada, cansada y satisfecha, hasta quedarse dormida. Cuando despertó, reparó que estaba desnuda, la puerta se había quedado abierta, José y Mario estaban en casa, creyó que acababan de llegar y el ruido de ellos le había despertado, sintió que su hijo ingresaba al baño. ¿Le habría visto desnuda sobre la cama? Sintió temor, un fuerte temor y a la vez que intentaba cubrirse con las manos, se levantó muy rápido y cogió una bata.

No es fácil tomar decisiones cuando se tienen dudas y temores. Muy despacio se acercó al baño, puso su oreja pegada a la puerta para escuchar. Primero sólo sintió silencio. Luego de unos momentos descubrió unos susurros donde apenas reconoció la voz de Mario y unos jadeos. Se sorprendió creyendo que se encontraba enfermo pero luego reaccionó y solamente pudo imaginar una cosa, sí, no había lugar a dudas, su hijo se estaba masturbando. Rápidamente vino a su mente los recuerdos de la mañana cuando intentaba que Mario ingresara a la ducha. La imagen de su hijo desnudo volvió con fuerza a su mente y ahora Cristina temblorosa trataba de combinar los gemidos y jadeos que escuchaba con el recuerdo de la desnudez de su hijo, y se sintió excitada, tremendamente excitada, sin poder controlar la humedad que surgía entre sus piernas ni los latidos de su clítoris. Sabía que su pequeño hijo ya se había convertido en un hombre que estaba liberando sus urgencias sexuales y que, seguramente, no tenía una mujer con quien disfrutar su naciente sexualidad. Curiosa situación, ella no tenía un hombre que le satisfaciera haciéndole el amor y su hijo todavía no conocía una mujer en toda su carnalidad y tenía que consolarse por su propia mano. De pronto, escuchó un gemido más fuerte y prolongado. Sabía que eso significaba que su hijo estaba eyaculando, que de su adolescente pene estaba brotando aquel licor de su naciente hombría. Nuevamente, volvió ella en sí y se dijo que tenía que hacer algo para ayudar a su hijo. No sabía cómo, pero ya encontraría la manera de hacerlo. Aunque ella no lo fuera, su hijo sí tenía que ser feliz y disfrutar de todos los tesoros de la sexualidad.

Toda la tarde la pasó tratando de distraerse viendo algo en la televisión sin lograrlo. Sólo quería que llegara la noche para dormirse y descansar. Como todos los sábados, su marido se reuniría con sus amigos, seguramente para hablar de mujeres y vanagloriarse de sus conquistas y falsos triunfos, cada cual sintiéndose más hombre que el otro. José volvería a casa muy de madrugada o al amanecer, algo bebido caminando titubeante para acostarse a dormir y no despertar hasta la tarde del domingo. Cristina pensaba que, siquiera por unas cuantas horas, estaría sola, libre de un extraño, sí eso era lo que sentía respecto de su marido. Intentaba concentrarse en la película que se mostraba en la pantalla pero no lo conseguía. Hoy había sido un día diferente, muy diferente a todos los anteriores en su vida. Estaba bastante cómoda en el sillón y buscaba de relajarse, se hallaba descalza disfrutando de esa sensación de libertad y agrado al rozar suavemente la alfombra con sus pies. Primero con uno y luego con otro como dibujando semicírculos pequeños y grandes. Llevaba una falda corta a mitad de muslo y, al separar y juntar sus piernas, sentía también la frescura del aire entre sus piernas. De un momento a otro se percató que Mario, su hijo la observaba con disimulo desde el sillón del frente, pero no tenía sus ojos puestos en ella sino en sus muslos y auscultaba su interior cada vez que ella separaba juguetonamente las piernas. Una nueva sensación llegó primero a su mente y luego a su cuerpo. Era admirada por su propio hijo. Sentía, por primera vez, que ella era un objeto sexual para su hijo, sí, se estaba exhibiendo espontáneamente ante Mario y le permitía observar su entrepierna, su calzón y, ahora recordaba, ya no podía ver los vellos que antes acostumbraban sobresalir por los costados de su calzón entre las piernas. Descubrió que, sin querer, estaba coqueteando con su hijo, y sin habérselo propuesto, lo estaba excitando, pues ella también lo observaba con disimulo para descubrir aquel bulto entre sus piernas que antes había ignorado y era una prueba fiel de la tremenda erección que tenía su querido hijo, gracias al cuerpo de su madre. No pasaron más que unos pocos minutos y Mario se levantó para dirigirse, qué duda cabía, al baño y satisfacer su intensa excitación, para masturbarse, para…. “correrse la paja”, sí esa era la expresión que usaban los hombres, los adolescentes para referirse a esta forma de placer solitario. Cristina sintió alegría y también excitación. Esperó unos minutos y ella también se levantó, fue hacia el baño, llamó a la puerta y preguntó “¿te sientes bien, querido?” para escuchar la respuesta temblorosa de su hijo “sí mamá, ¿por qué no lo iba a estar?”. Ella no supo qué decir.

Más tarde, por la noche, cuando José ya había salido, estaban viendo la televisión en silencio, Cristina se levantó diciendo que iba a ponerse cómoda de ropa y luego ir a dormir. Caminó lentamente sabiéndose observada por Mario y empezó a sentir un calor intenso por su cuerpo. Imaginó que su hijo miraba su trasero y el balanceo de sus nalgas al caminar. ¿Por qué les atrae tanto a los hombres el trasero de las mujeres? se preguntó. Y a medida que subía por las escaleras, su hijo quedaba justo debajo de ella, imaginó cómo estaría observándola debajo de su falda y trató de subir muy lentamente, prolongando aquellos segundos de voyeurismo adolescente y de exhibicionismo maternal. Antes de ingresar a su habitación se miró nuevamente al espejo, cuán diferente era vestida y desnuda, tranquila y excitada, oscura y transparente en toda su sexualidad que recién ahora empezaba a descubrir y disfrutar. Como el espejo estaba al extremo del pasillo, su hijo no la podía ver ahora, así que empezó a desnudarse, primero la falda y luego la blusa, seguida por el sujetador y finalmente su breve tanga. No le preocupó dejar tirada su ropa en el suelo, tal vez fuera una señal para Mario. Ingresó al baño y se sentó al inodoro para orinar. Por alguna extraña razón que todavía no entendía, cada movimiento, cada acto suyo podía tener una sensación diferente y nueva, alguna relación con su sexualidad, y el orinar empezó a convertirse en una oportunidad de placer, dejó correr lentamente el pequeño chorro de orina, como una lluvia dorada que le gustó disfrutar. Abrió el grifo de la ducha, combinó fría y caliente y se introdujo para recibir miles de gotas que volvían a masajear cada milímetro de su piel. Cuidadosamente fue jabonando cada parte de su cuerpo y excitándose con mayor habilidad y rapidez. No había llegado a su clítoris cuando le sorprendió un vendaval de convulsiones y placeres en un orgasmo cada vez mayor. Se cogió con ambas manos para no perder el equilibrio y mentalmente se prometió repetir ese orgasmo regalándose caricias en sus labios vaginales y en su clítoris cuando estuviera acostada, sola, en su cama.


Terminó de recuperar su aliento, se enjuagó bien y cerró el agua. Se sorprendió al no encontrar toalla alguna, iba a salir pero no quería mojar el piso. Tomó valor y llamó a su hijo pidiéndole que le alcance una toalla. A los pocos segundos Mario llamó a la puerta y Cristina le dijo que estaba abierta. Luego, la puerta se abrió unos pocos centímetros y Cristina dijo, con la voz más calmada que pudo simular, “discúlpame pero olvidé traer toallas, pasa hijo”. Mario se sorprendió al ver, por primera vez, a su madre desnuda sin escuchar que ella le decía que eso era natural y no tenía nada de malo. Mario no dejó de mirar a su madre, sus pechos, su sexo, de arriba a abajo y de abajo hacia arriba en los dos o tres segundos que le tomó entrar al baño y extender su mano con la toalla. Cristina se cubrió y se dio vuelta, mostrando sus desnudas nalgas para que su hijo tuviera una visión completa. Nuevamente se sentía satisfecha porque le había dado la oportunidad a su hijo de conocer nuevas emociones, porque había visto una mujer desnuda por primera vez y porque ella se dio cuenta sin duda alguna, que había empezado también a disfrutar exhibiendo su desnudez. Una sonrisa de placer se dibujó en su rostro cuando Mario ya había abandonado el baño, seguramente para dirigirse a su habitación y correr a masturbarse por tercera vez aquel día. Tranquila, Cristina se dirigió a su habitación, ya sin cuidado de ser vista desnuda y así se acostó en su cama, dejando la puerta semiabierta y luz de una pequeña lámpara encendida. Trató de dormirse pero no pudo, lo único que podía era revivir en su mente, todo lo que había ocurrido ese día.

lunes, 11 de julio de 2016

MI GORDA MADRE


Mi mamá es una mujer de 55 años y bastante gorda, pero un enorme culazo tan grande y muy lindo pesara unos 130kg., tiene una cara hermosa y unos pechos súper extra grandes, yo tengo 18 años y mi papá 60 años y una muy buena relación conmigo, desde casi siempre me masturbé pensando en esas hermosas tetas, pero nunca pasó de ahí, por lo menos hasta hace casi un mes. Todas las mañanas antes de ir a la prepa me despierto bien erecto y tengo que hacerme una paja y de vez en cuando mancho el calzoncillo, cuando esto pasa lo hago un bollo y lo dejo para lavar. Una de esas mañanas al llegar al cole me entero que estaba cerrado por no haber agua, sin hacerme problema vuelvo a mi casa. Entro apresurado para ir al baño y al abrir rápido la puerta veo a mi mamá completamente en calzón sentada en el inodoro y masturbándose con un cepillo metido hasta el fondo de su concha mientras pasaba su lengua sobre el semen de mi calzoncillo, nos quedamos tiesos los dos mirándonos a los ojos por unos segundos, yo con la boca abierta y ella con su lengua llena de mi leche, cuando siento la voz de mi papá que me pregunta que hacía de vuelta tan temprano. Rápido cierro la puerta y le explico lo del corte de agua, él se despidió de mí, de mi mamá con un grito y se fue a trabajar. Me senté en el living y estuve casi 20 minutos tratando de acomodar mis ideas, mientras en todo ese tiempo mi pija no dejó de estar dura, no comprendía lo que pasaba, pero me excitaba y mucho. Fue entonces cuando escucho por fin la puerta del baño y mi madre ya con su camisón puesto se sienta frente a mí y pide aclararme lo que pasó, sin decirle una palabra la miré a los ojos y me hice todo oído. Casi al borde del llanto comenzó diciéndome que papá casi nunca la tocaba y que ella estaba segura que él tenía una amante, pero que no podía culparlo ya que ella era gorda y fea y que su tremenda calentura la llevó a excitarse con su propio hijo. Ahí la interrumpí y le pregunté que otra cosa hacía pensando en mí, me contó que mientras yo dormía boca arriba ella se masturbaba al lado de mi cama. Después me pidió disculpas y juró que jamás volveríamos a pasar por esta situación, fue ahí cuando la interrumpí y le dije que yo también era culpable ya que me había masturbado pensado en ella mil veces y que jamás la había visto como a una gorda fea, que al contrario la veía hermosa y muy mujer, ella no me creyó y decía que yo solo lo hacía para hacerla sentir un poco mejor. Me paré, me puse frente a ella, tome su mano y la apoyé en mi pija que estaba como una piedra y le dije, esto te parece mentira, después me bajé los pantalones y acerqué su cara a mi pija y ella la chupó gustosa, lo hacía perfecto, se notaba que sabía lo que hacía, solo la interrumpí para tomarla de la mano y llevarla a su cuarto. Al llegar le quité el calzón color amarillo la recosté en la cama y le dije: ahora te voy a demostrar que no te miento, y hundí mi cara en su concha, ¡que hermoso gusto!, que labios carnosos, chupé esos labios como un loco, trataba de meter la lengua lo más adentro posible, estuve así como 28 minutos en los cuales ella no dejó de gemir y le conté por lo menos cuatro orgasmos que llenaron mi boca de su hermoso néctar, después separé sus redondas piernas, corrí un poco su gran abdomen y le introduje hasta el fondo la pija. Gritaba como loca y cuanto más gritaba más fuerte la cogía, veía su cara y estaba feliz, se pellizcaba los pezones, mordía las almohadas y gritaba que me amaba que quería mi leche y que siempre había soñado con este día. A los 10 minutos la inundé de mi leche, pero no saqué la pija, chupé esas tetas gigantes con las que tantas pajas me hice, mordí esos pezones redondos como un cenicero y enseguida estaba erecto de nuevo, bombeaba como un potro y ella seguía gritando, casi disfónica, pero seguía, acabé de nuevo, pero ahora había tardado bastante más y volví a lamerle los pechos sin salir de ella. La miré a los ojos y de muy cerca le dije que saque la lengua y la deje fuera de su boca, ella obedeció enseguida y aproveché para lamer su lengua, la metí en mi boca y la saboreé toda, esto me puso al palo de otra vez y volví a embestirla, pero esta vez estaba dispuesto a matarla a pijazos, de a ratos la miraba y veía que lloraba de alegría, después se reía y al rato volvía a llorar. Sin exagerar la cogí más de 40 minutos sin parar, estaba cansado, pero orgulloso de regalarle tal cogida a mi mamá, cuando acabé me temblaban las piernas, los brazos y todo el cuerpo, ella estaba casi desmayada de placer, la besé en la boca, lamí todos sus dientes, chupé el sudor de su gordo cuello y le dije al oído: prepara algo de comer que de postre te cojo igual que ahora, pero por el culo. Ella se sorprendió y con las pocas fuerzas que le quedaban me contó que nunca lo había usado para eso, pero que para mí desde ahora no existía el no. Desde esa vez y al día de hoy me la cogí todos los santos días, como es obesa no puede ponerse sobre mi ni cambiar tan fácil de posición, pero compensa todo con la calentura que tiene, con el morbo de saber que es mi mamá y con la hermosa sensación de hacer cornudo a papá, porque ahora su macho soy yo.