sábado, 16 de julio de 2011

MI MADRE Y MI ERECCION 1

Soy un chico corriente, de los que no destacan. Los que tienen una vida mediocre, gris, pero que de repente, un suceso, un percance, le cambió su vida radicalmente, la forma de entender el mundo, su propia existencia y la forma de relacionarse con su madre. Pese a haber tenido algún amorío que otro con alguna chica, sería mi propia madre la primera mujer con la que iba a tener un contacto físico, íntimo y carnal. Lo que me pasó fue un accidente en bicicleta. Los huevos se me hincharon de una manera enorme y tuve que ir al urólogo. El urólogo recomendó una crema que había que ponerme dos veces al día en mi paquete, para curarme de la herida. Como la crema había que ponerla bien expandida y mi mano derecha estaba ausente, el médico recomendó que contratáramos una enfermera. Mi madre, por amor propio o porque ella era enfermera, se negó, me dijo que ya lo haría ella.

- Total, no me voy a asustar, ¿No?. No dejas de ser mi hijo.

Y así empezó una relación atípica, de esas que tienen que suceder muchas circunstancias para que tengan lugar. Mi Madre me ayudaba de forma muy cariñosa, haciendo de esa experiencia algo totalmente hermoso, y, de momento, algo que para nada tenía que ver con el incesto. Era sólo una madre ayudando con todo su amor a su hijo enfermo. Dos veces al día iba a mi habitación. Mi Padre sabía lo que estaba sucediendo en esa habitación entre su mujer y el hijo de ambos, pero nunca protestó ni entró para interrumpir ese momento de intimidad suprema en el cual mi madre estaba acariciando mi zona genital. Yo me recostaba en la almohada y mi madre hasta me desabrochaba ella el pantalón y me bajaba los calzoncillos, todo con una sonrisa cariñosa para que no me sintiera incómodo. Si para mí era rarísimo verla reír, lo era más que me desnudara. Y poco a poco, con total ternura, mi madre extendía la crema por mis aun hinchados genitales. Por cuenta propia, también decidió echarme un poco de crema por la base el pene, por el tronco, "Por si acaso".

- Mamá, ¿Y no crees que debería de ponerse un poco erecto el pene?

- Hombre, deber, pues debería. Te estoy acariciando tu cosa con mucha suavidad y no noto para nada que esté erecta.

- En otras condiciones debería de estar ya erecto ¿no? [Yo me sentía un emperador con mi madre en mi habitación tocándome el pene].

- En otras condiciones esto jamás habría ocurrido, cielo. Y, por favor, Jaime, no digas este tipo de cosas que me pongo roja como un tomate. Además, tu padre está desayunando y te aseguro que para nada le gustaría escuchar esta conversación.

Me guiñó un ojo para que no me sintiera incómodo, pues ella quería que estuviera relajado en esa situación tan comprometida. Esos diez días pasaron fugaces, como un relámpago, como unas vacaciones que nadie se las espera. Esa situación hizo que entre mi madre y yo hubiera un clima, una química especial, una mirada diferente, que antes no había. Cualquier muchacho en mi situación se habría enamorado de su madre. El último día, la última aplicación de esa bendita crema, llegó. Era temprano, como los otros días. Lo que pasó ese día es que mi madre iba muy mal de tiempo, a toda prisa, estresada de trabajo. Y por eso se olvidó de abrocharse del todo su blusa, con lo que yo tenía una vista perfecta del pecho de mi madre, su sostén y su precioso canalillo. Empezó con la crema y curiosamente ese día sí que se me erectó.

-Vaya !, hoy que es el último día va y se te erecta.

Mi mirada estaba totalmente clavada en su escote. Y ella se dio cuenta.

- Mamá, perdóname, de verdad. No sé que me pasa, pero hoy no puedo parar esa excitación.

- Bueno, tranquilo, es natural y no deja de ser una buena señal. Es normal que te pongas empalmado. Ya me parecía a mí que tardabas.

- Gracias, mamá.

- Hijo, eso sí, deja de mirarme el escote que tengo la mano llena de crema y no puedo abrocharme.

- Si quieres te abrocho yo…

- No. No hace falta. Ya estoy acabando. Bueno, caballero, un beso por lo respetuoso que has sido estos días.

Y me dio un estupendo beso en la mejilla que me hizo dar un suspiro. Hasta este momento, nuestra relación seguía siendo la de una madre y un hijo, con el respeto convencional que obliga nuestra sociedad.

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