martes, 12 de julio de 2011

SILENCIO COMPLICE

Todo comenzó hace como seis meses. Mi marido tuvo que viajar al extranjero por un mes, y por supuesto, nos quedamos mi hijo y yo solos. Una noche estaba preparándome para acostarme después de haberme dado un exquisito baño de tina. Fue un baño largo y delicioso y que me había puesto muy caliente. La verdad es que extrañaba el grueso y largo pene de mi marido y tenía verdaderas ansias de tenerlo dentro de mí. Estaba frente al espejo arreglándome y vestida sólo con una bata negra transparente. Cuando comencé a echarme crema en la cara, mis manos bajaron hasta mis senos y comencé a acariciarlos. Sin saber en qué momento, abrí mi bata y me puse de pie frente al espejo. Comencé a acariciarme, mis manos bajaron hasta mi vientre. A los pocos segundos, tenía mis dedos metidos en mi vagina. Me fui a la cama y seguí masturbándome. Cuando estaba a punto de tener un orgasmo, abrí los ojos y veo que mi hijo estaba observándome desde la puerta que estaba semiabierta. Tenía su pene en la mano y se estaba masturbando. Algo extraño pasó en mí. Me excité aún más. Traté de demorar un poco mi orgasmo pues estaba muy complacida que mi hijo me estuviera viendo. Debo confesar que incluso lancé unos débiles gemidos al momento en que acabé. Luego aparenté que me había quedado dormida. Dejé pasar una media hora, me levanté y fui a la pieza de mi hijo. Se encontraba durmiendo. En verano, él duerme desnudo únicamente cubierto por las sábanas. Me aproximé cuidadosamente a su cama y me senté al lado de él. Le miré su pecho desnudo, su pecho firme. Era un muchacho muy hermoso. Observé más abajo y vi su pene que levantaba notoriamente la sábana. No sé cómo me atreví, tiré de la sábana hacia abajo y vi su pene inmenso, largo, y un glande que estaba hinchado y rojo. Me dieron unos deseos locos de metérmelo en la boca y chuparlo hasta tragarme la última de sus gotas. Debo haber estado loca en ese momento. Me agaché y le tomé el pene con mi mano, comencé a acariciarlo y a correrle una paja muy tímidamente. Al poco rato ya no pude aguantar más. Le puse la lengua en el hoyito del glande y sorbí una gota que estaba en la punta. Miré a mi hijo y vi que seguía durmiendo profundamente. Entonces abrí mis labios y comencé a tragarme su hermoso pene, mientras que con la otra mano me masajeaba la vagina. De pronto quedé helada. Mi hijo comenzó a hablar confusamente. Pude entender lo que decía: “mamita, mamita rica, chúpalo, trágatelo todo… mamita, te deseo tanto”. Me importó muy poco saber si hablaba en sueños o estaba consciente. Lo que entendí fue que me deseaba y no dudé en darle el gusto. Llevé su pene entero a mi boca y comencé a masturbarlo sin ninguna precaución. Cuando lo tuve en mi garganta, hice una pequeña arcada y me lo metí más adentro aún. Las venas estaban muy hinchadas y en cualquier momento estallaría su semen. El estallido fue fenomenal: tragaba y tragaba sin parar. En un momento pensé que me ahogaría, pero era el semen de mi hijo y no dejaría que se perdiese una sola gota. Me lo tragué casi todo, solo un hilito tibio escurrió de mi boca. Luego de cubrirlo con la sábana me fui a mi dormitorio. Me senté en la cama y comencé a dedear mi clítoris que estaba muy sensible. Sentí un calor que me quemaba y un inmenso deseo de ser penetrada. Me fui al cajón y saqué un consolador que lo uso de vez en cuando. Cerré los ojos y me lo metí en la vagina. Ahí descubrí que lo que me estaba metiendo era el pene de mi hijo. Lo sentí sobre mí, es verdad, sentí como su pecho apretaba mis senos y me decía cosas calientes al oído. Comencé a meterlo y a sacarlo con más velocidad. De pronto me escuché decir: “hijo, mételo más, más adentro, lléname con tu leche, más adentro”. Al poco rato tuve un hermoso orgasmo y sentí mi vagina llena de la leche de mi hijo. Cuando desperté al día siguiente no sabía si había sido un sueño o había sido verdad. Me sentí horrible cuando descubrí que todo era cierto y no sabía cómo comportarme cuando viese a mi hijo en la tarde. Era un día sábado y mi hijo sale temprano a hacer deportes y vuelve después de la cinco. Me tranquilicé pues tendría tiempo para estudiar la situación. Lo único claro que tenía era que la noche anterior había sido fantástica y que me había tragado la leche de mi hijo, pero esta sola idea nuevamente me aterraba. Comenzó una inmensa lucha dentro de mí. Una obvia lucha, sin embargo, alrededor de las cuatro de la tarde, decidí arreglarme para cuando él llegara. Me puse una falda corta y una blusa que permitía mostrar mis pezones. Cuando me miré al espejo, estallé en llanto, pero había algo dentro de mí que era más fuerte: la pasión por mi hijo, la necesidad de sentirlo dentro de mí, el deseo de chuparle su pene, pasar mi lengua a lo largo de él. Cuando llegó, yo estaba sentada en un sofá aparentando leer. Tenía las piernas cruzadas y era claro que se veían mis bragas. El se echó sobre el sofá del frente y mientras me contaba no apartaba su vista de mis piernas. Al poco rato, su pene se observaba duro, bajó su pantalón. Le pregunté si se sentía bien y me respondió que sí, pero iría al baño a darse una ducha. Se levantó rápidamente ocultando su erección. Me fui detrás de él. Había dejado la puerta sin cerrojo, sin titubear la abrí, se estaba corriendo una paja y diciendo las mismas frases de la noche anterior. Tuve el deseo de entrar y tragarme su leche, pero quería que él me sujetara la cabeza y me empujara hasta el fondo. Pero no me atreví, me dio pánico que pudiese fracasar. Me fui a mi pieza y me cambié de ropa. Me puse una más recatada. Cuando después me preguntó porqué me había cambiado, le respondí con una tontera. Desde ese día, he vivido muy mal. Sé que deseo a mi hijo y sé que él me desea. Recuerdo a cada momento cuando se lo chupé mientras dormía, aún recuerdo el olor de su semen y el sabor que tenía. Muchas noches me he masturbado pensando en él y sé que mi hijo se masturba pensando en mí.

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