viernes, 22 de julio de 2011

AQUELLA NOCHE

Se vieron obligados a dormir juntos en una cama estrecha. Ella se duchó y se fue a acostar con unas bombachas y un bata. El se acostó junto a su madre vestido. Al poco rato, el hijo sintió la suave mano de su madre buscándole la verga dentro del pantalón, para acto seguido estrechar su abrazo, hasta hacer que el rostro del joven quedara hundido entre sus tetas. Así estuvieron cosa de momentos, quietos ambos, nerviosos los dos, hasta que los dedos de una mano juvenil empezaron a subir los carnosos muslos blancos, la prenda siguió descubriendo más cosas a los abiertos ojos del mocoso, quien sentía como su miembro se ponía bien erecto, en la mano de su madre. Ella, incapaz de contenerse, maniobró hasta colocar su mano dentro del slip, aferrándose en aquella carne prohibida, la mujer sofocada sentía temblar todo su cuerpo, cerró los ojos con fuerza, como si con ello alejara de su pensamiento aquellas sensaciones que poco a poco iban apoderándose de ella, como si con aquel gesto eliminará de su mente aquella joven mano que llegaba impunemente a meterse por su bombacha. Desde su posición él miraba extasiado el bajo vientre de su madre, ya que la bata se abrió de par en par, observó la comba del Monte de Venus bajo la blanca bombacha de algodón, los muslos inmaculados y carnosos que se abrían a su antojo, sentía la respiración agitada de su progenitora, pero sobre todo sentía pegada a su cara la tibia carne, la suave calidez de las tetas maternas. Durmieron así, unidos en un abrazo, en el borde del pecado. Sería de madrugada cuando la madre fue sacada del pesado sueño, estaba boca abajo sobre la cama, desnuda, mostrando a la penumbra del cuarto sus carnosas y suaves nalgas. El hijo estaba sobre ella, sigiloso y ardiente, se montó sobre su espalda. Ella se sobresaltó solo una milésima de segundo, luego recordó y gozó…, y lo gozó más todavía, cuando escuchó las palabras de su hijo susurrándole al oído. Sintió la dura verga de su hijo resbalar entre sus nalgas; aflojó el cuerpo, la verga llegó a la raja de la vagina, pero se metió y salió, volvió a intentar y sólo resbaló entre los gordos labios de la concha, para ir más arriba, comprendió entonces que su hijo quería su cola, quería meterle el miembro en el culo. Suspiró, tal vez por la torpeza de su hijo al no acertar en el sitio correcto, pero esa torpeza también la excitaba, entonces lo ayudó pasando su mano bajo su cuerpo, hasta alcanzar el inició de sus nalgas, agarró entre sus dedos la cabeza de la verga y la colocó sobre su ano, duro, cerrado. El joven instintivamente la punzó y luego empujó. El muchacho sintió sobre su glande la dolorosa sensación del culo al abrirse, sintió el anillo de carne ciñéndose sobre su miembro; la mujer gemía dolorosamente, sintiendo como su intestino se llenaba de dura carne, poco a poco, con lentitud eterna, hasta que quedó toda dentro. El hijo estaba ya sobre su madre refregando con su vientre las carnosas nalgas maternas, luego se movió, adentro y afuera, ella también, pero a los lados, despacio; luego ambos, cuando el ano dio de sí, y el miembro entraba y salía, no todo, pero casi, en una danza a contrapunto, ella sintió la deliciosa placidez de la cogida anal. El jovencito llenándose de placer anticipado en su mente, sin querer empezó a verter ríos de semen dentro de su madre, quien sólo gemía, sollozaba quedamente, hasta que la eyaculación concluyó y ella en un susurro tímido le pidió más. Entonces el le hizo sentir el rigor de su verga clavada en el acogedor ano, bombeándola suavemente y con renovada destreza, hasta que sintió el orgasmo ahogado de su madre. Se quedaron quietos, así abotonados, hasta que el miembro del hijo perdió erección, solo entonces se separaron, y en absoluto silencio se abrazaron. Cuando la entrada mañana los sorprendió ambos estaban todavía sobre la cama, abrazados, él con su cara sobre las caderas de su madre, ella acariciándole el rostro a su querido hijo.

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