martes, 12 de julio de 2016

MIRANDOSE EN EL ESPEJO


A los 38 años, Cristina empezó a preocuparse por su vida. Creía que ingresar a la cuarta década era casi como empezar a envejecer. Casada y con un hijo adolescente de 17 años, pensaba que no tenía mucho de que quejarse pero no era una mujer feliz. Aquella mañana se despertó angustiada. Había pasado la noche sin dormir luego de hacer el amor, como de costumbre con José, su esposo. Le preocupaba sentir que “eso” se había convertido en una costumbre, en una rutina en la que él disfrutaba a su manera y en la que cada día, mejor dicho cada noche… cada viernes por la noche… sentía ella que ya no sentía nada. Tenía que aceptarlo, que reconocer que no era feliz.

Como era sábado, no tenía que ir a trabajar, hubiera querido quedarse en la cama hasta avanzada la mañana. Pero también se dio cuenta que no soportaba más tiempo permanecer en el mismo lecho donde pocas horas antes había sido disfrutada, casi apropiada en su intimidad por su marido. Se levantó sin hacer ruido ni mover la cama y así desnuda, como había quedado, caminó lenta y pensativamente para observar su hermoso cuerpo en el amplio espejo que tenía en pasillo entre su habitación, el dormitorio de su hijo y el baño. Estaba tan ensimismada que no le importó en ese momento si su hijo salía de su habitación y la encontraba en su plena desnudez. Apuró el recorrido visual por su cuerpo, senos grandes, blancos como la leche, claros pezones erguidos, su cintura algo gruesa, buenas caderas y hermosos glúteos. Detuvo su mirada unos segundos en el casi amplio y tupido triángulo de vellos que cubrían su pubis y no dejaban ver sus labios más ocultos. De pronto sintió algo en su interior que le decía que estaba viva. Giró sobre sus delicados pies e ingresó rápidamente en el baño. Mirarse en el espejo la había excitado. Sin embargo, se resistía a reconocer que ella podía sentir emociones y placeres tan profundos y deliciosos que, creía, sólo los hombres podían tener. En realidad siempre tuvo una lucha interior para reconocer su sexualidad que bullía intensamente en su interior y que ella frecuentemente trataba de ignorar.

Esta vez, descubría que cada movimiento, cada pensamiento, cada centímetro de su piel, de todo su cuerpo, tenía una vida propia y latía en su interior, fluía como pequeñas y grandes oleadas de sensualidad que avanzaban raudamente hacia sus pechos concentrándose en sus pezones y también hacia su sexo humedeciendo su vagina y también un poco en su exterior. Todavía no comprendía bien qué ocurría en ella que le producía esas contracciones en sus paredes vaginales y esos latidos en aquel botón en flor que parecía electrizar todo su cuerpo y que se llama clítoris. Tenía un fuerte temor que le costó mucho esfuerzo vencer pero logró acariciar primero sus labios vaginales y luego de separarlos suavemente encontrar ese punto tan sensible y frotarlo ligera pero repetidamente con cada uno de sus dedos: había descubierto su clítoris, la llave del placer, la puerta de ingreso al paraíso, la catedral del orgasmo que, desgraciadamente, ignoraba su marido. Sí, ahora se daba cuenta que él era diferente a ella, no solamente porque pensaban de manera distinta sino porque ella podía sentir emociones y placeres que él no le podía producir. Se sintió muy mal y se dijo que algo tenía que hacer. Vio que habían pasado más de 15 minutos y abrió el grifo de la ducha y dejó correr un buen chorro de agua que le brindó excelentes masajes a su excitado cuerpo ayudándole a relajarse. Aseó todo su cuerpo, lavó sus cabellos, depiló sus axilas y luego… algo que siempre quiso pero nunca se atrevió siquiera a imaginar concientemente…, empezó a rasurar buena parte del vello que poblaba su pubis para mostrar su hermosa vulva con aquellos labios que nadie, aparte de su marido, había visto y cogiendo un espejo volvió a examinarse descubriendo aquella parte de su cuerpo que todos los varones querían de las mujeres, y que ella ahora tímidamente imaginaba que algún otro hombre podía acariciar, encender y hacerla disfrutar del amor. Se rasuró primero en la zona superior, luego en los costados con mucho cuidado, dejó apenas una breve zona de vello y tuvo una nueva sensación de desnudez pues podía mostrar su sexo en toda su plenitud y belleza. Se lavó, secó y luego pasó su mano sintiendo la suavidad de sus labios y cómo de ahí empezaba a fluir electricidad y a encender su cuerpo. Nada la podía detener y siguió con las caricias íntimas que nunca, nadie, ni ella misma, antes se había obsequiado, logrando masturbarse intensamente hasta producirse esas agradables convulsiones por oleadas que se entrecruzaban en el primer orgasmo verdadero que sentía desde que tenía marido… pero en ausencia de él, y descubrió que su marido ya no era necesario para hacerla feliz, porque ella podía serlo por sí misma. Luego de unos minutos, se relajó, recuperó la respiración que antes se había agitado alocadamente, se vistió con ropa ligera y cómoda, y salió del baño. Era otra. Fue una mujer la que había ingresado al baño una hora atrás, y otra, totalmente nueva, la mujer que salía en este momento, dueña de su propio cuerpo, de su propia intimidad.

En la casa todo seguía en silencio. Fue al dormitorio de su hijo, llamó a la puerta y al no obtener respuesta, ingresó encontrando a Mario profundamente dormido. Parada delante de su cama se quedó pensativa. Cuando adulto, ¿sería él un buen marido? ¿A qué edad descubriría el amor? ¿Haría feliz a alguna mujer? Aunque tenía 17 años y nunca pasó por su mente estas ideas, de pronto se aglutinaron en su mente, una tras otra, hincando sus temores. Luego de unos segundos de indecisión, lo cogió por un hombro moviéndolo apenas a la vez que le decía “hijo mío, levántate que es tarde”. No obteniendo una respuesta, repitió el llamado y levantó las sábanas e intentó, sin ocultar su propia risa, de alzar en brazos a su hijo y éste se vio obligado a sentarse al borde de la cama, reclamando que ese día no había que ir a la escuela. Cristina insistió logrando que, medio dormido medio despierto, se levante y vaya caminando zigzagueante al baño para despertarle plenamente con el agua fría de la ducha. Ayudado por su madre ingresó al baño, mientras ella le ayudaba a quitarse la polera que llevaba puesta. De pronto, Cristina se detuvo, su hijo sólo tenía unos bóxer y no se atrevió a quitárselos. Aunque antes ella siempre le había ayudado a bañarse hasta hacía unos de años, ahora sintió que estaba invadiendo la privacidad de su hijo a pesar de saber concientemente que no tenía por qué ser algo incorrecto ayudarle. No, por una fracción de segundo se dio cuenta que se había detenido porque le había dado curiosidad el ver cuánto habría crecido su hijo, saber si ya se estaba convirtiendo en un hombrecito y rápidamente, sus prejuicios y su mente la habían autocensurado. A la vez, esa sensación de que estaría haciendo algo malo le producía un interés mayor por ver la desnudez de su hijo y estaba paralizada por el dilema de controlarse y actuar decentemente o liberarse y satisfacer esa curiosidad carnal de descubrir cómo había cambiado el cuerpo de su hijo.

Insistió diciéndole a Mario que se despertara bien y que entre a la ducha pero él estaba tan somnoliento que Cristina se vio forzada a inclinarse un poco y coger el elástico de la cintura de los bóxer y bajarlos. Al principio volvió su cabeza para no ver pero a medida que lentamente le bajaba los bóxer a Mario sintió con gran fuerza la tentación de mirar y satisfacer su curiosidad. No, no podía estar teniendo esas sensaciones, esos deseo inadecuados en una madre. De pronto, puso en su mente la excusa de “no haré nada malo si sólo miro” y volvió su vista para descubrir que, efectivamente, Mario ya no era aquel niño que ella ayudaba a bañarse dos años atrás. Su sexo, su pene, había ganado en grosor, el glande se asomaba de la piel en la punta y los vellos crecían en su pubis. La imagen quedó grabada en la mente de Cristina. Abrió el grifo y dejó correr el agua fría que rápidamente despertó totalmente a su hijo y ella salió del baño, dejando a Mario en su privacidad. Estaba algo atolondrada, no podía pensar con claridad. No sabía cómo organizar en su mente todo lo ocurrido. ¡Al diablo! se dijo, no es lo mismo pensar y ver que hacer o coger, seguro son solamente mis prejuicios, y trató de olvidar lo sucedido.

No había dado dos pasos fuera del baño cuando en su mente apareció la curiosidad por saber si su hijo ya tenía conciencia de su cuerpo, si su pene tenía erecciones o si se masturbaba. De pronto se dijo que en realidad ella no conocía nada de su hijo. Siempre había tratado de ser una buena madre y estar muy cerca emocionalmente de su hijo. No sólo prepararle sus alimentos o asegurarle ropa limpia y esas cosas. También se había preocupado por si tenía alguna necesidad, algún temor o alguna duda pero ahora había abierto los ojos y descubierto que no sabía nada de lo que su hijo pensaba, hacía o sentía cuando ella no estaba delante de él. Tenía que ganarse su confianza para que él mismo pudiera decirle qué pensaba, qué sentía o qué dudas tenía ahora que era adolescente y cuando la sexualidad es algo tan importante. Si ella lo había visto desnudo ahora, si había visto con toda libertad su floreciente sexo, ¿por qué no podía conocer más de su hijo? Estas reflexiones la dejaron más tranquila, sí, se trataba de que ella no quería que su hijo fuera como su marido y que hiciera infeliz a una mujer como su madre. Y ella iba a ayudar a su hijo, sí, porque una madre también tenía el deber de asegurar la felicidad de su hijo, incluso la de su propia vida sexual. Ahora, Cristina se sintió bien, reconfortada y con una nueva obligación como madre… hasta que se percató que su hijo le llamaba desde la cocina preguntando por el desayuno. Ella sonrió en su interior y dijo, “allá voy cariño”.

Cristina se abocó a las tareas domésticas tratando de olvidar sus pensamientos y temores. José, su marido y Mario, su hijo, pronto estaban listos para salir. Como siempre ocurría, ellos volverían luego de unas horas esperando que la responsable madre y esposa les tuviera listo el almuerzo. No era de otra manera. ¿Qué otra cosa se podría esperar de ella? Cristina volvió a ser conciente de su situación y, nuevamente, se dio perfecta cuenta que debía cambiar la situación. Tenía que independizarse de las cadenas que la ataban a su marido y demostrarle a su hijo que una madre no sólo le lavaba la ropa y preparaba la comida. Preparó rápidamente una comida fría y la guardó en la nevera.

Fue a su habitación y, antes de ingresar, se percató otra vez del amplio espejo y se detuvo a mirarse. Algo le atraía fuertemente en el espejo, como si hubiera tomado vida propia, como si el espejo fuera ella misma que algo le quería decir. Miró su rostro, era conciente de su belleza y se consideraba una mujer bonita aunque su apreciación era objetiva y sabía que en un concurso de belleza ella no ocuparía los primeros lugares. No era una jovencita de 18 ó 20 años pero su cuerpo todavía mantenía una buena forma, le agradaba su mirada, el color y textura de su piel, sus cortos cabellos que hacía poco tiempo había teñido de un color oscuro. Pensativa empezó nuevamente a desnudarse. Nunca había sentido tanta satisfacción en desvestirse frente al espejo. Otras veces lo hacía rápidamente y sin prestar mayor atención. Ahora, se trataba de un acto totalmente sensual, quería sentir y disfrutar de cada momento, de cada centímetro de piel que descubría. Se había quedado en dos piezas, un sujetador grande y fuerte que cubría sus amplios senos sin dejar traslucir nada aunque sentía que sus pezones estaban erectos y tratando de liberarse. Su calzón, también de color carne, ocultaba sus más íntimos tesoros que empezaban a humedecerse y ya no mostraban a los lados, en el interior de sus muslos, los vellos que antes trataban de salir pues los había rasurado temprano por la mañana. Llevó sus manos hacia la espalda, desabrochó el sujetador y lo dejó caer lentamente, liberando sus palpitantes pechos y los hinchados pezones que acarició y pellizcó suavemente con ambas manos a la vez. Igual hizo quitándose el calzón que ya estaba humedecido en la entrepierna, lo miró detenidamente preguntándose cómo podía haberlos mojado tanto y tan rápido, olió aspirando fuertemente y sintió el intenso aroma de mujer, de hembra excitada y empezó a sentir el despertar de sus pechos, de su vagina, de su clítoris, en fin, de todo su cuerpo y dejó salir a la mujer que ya empezaba a ser. Así desnuda ingresó a su habitación y se acostó de espaldas iniciando un cuidadoso recorrido por todo su cuerpo. Se preguntaba internamente si otras mujeres conocían su cuerpo y su sexualidad así tan profundamente como ella estaba empezando a conocer. ¿Otras mujeres se acariciaban igual? ¿Con cuánta frecuencia se masturbaban? ¿Tenían curiosidad por el cuerpo de sus hijos? ¿Se sentían mal por pensar en el sexo, por querer disfrutar como otras personas? Continuó acariciándose lentamente cada zona que podía despertar, su cuello, sus hombros, sus axilas, sus pechos, sus pezones, su cintura, sus caderas, su vientre, sus labios vaginales, su clítoris, sus nalgas, su ano, sus muslos, sus piernas y sus pies, bajando y subiendo todo este recorrido tantas veces como quiso, hasta dedicar una mano a sus pechos y otra a su clítoris con furia y amor a la vez hasta liberar su fuerza interior, y soltar la tensión acumulada en esos momentos, desencadenando intensas convulsiones que recorrieron todo su cuerpo por varios minutos sin que nada lo pudiera detener. En esos momentos, por su mente pasaron miles de imágenes, que nunca antes hubiera sospechado guardaba en su interior y en ninguna de ellas se encontraba su marido, el siempre ausente José, pero sí tenían lugar especial sus amigos, algunos compañeros de trabajo y hasta Mario, su hijo. Poco a poco fue retomando la calma, sintiéndose muy relajada, cansada y satisfecha, hasta quedarse dormida. Cuando despertó, reparó que estaba desnuda, la puerta se había quedado abierta, José y Mario estaban en casa, creyó que acababan de llegar y el ruido de ellos le había despertado, sintió que su hijo ingresaba al baño. ¿Le habría visto desnuda sobre la cama? Sintió temor, un fuerte temor y a la vez que intentaba cubrirse con las manos, se levantó muy rápido y cogió una bata.

No es fácil tomar decisiones cuando se tienen dudas y temores. Muy despacio se acercó al baño, puso su oreja pegada a la puerta para escuchar. Primero sólo sintió silencio. Luego de unos momentos descubrió unos susurros donde apenas reconoció la voz de Mario y unos jadeos. Se sorprendió creyendo que se encontraba enfermo pero luego reaccionó y solamente pudo imaginar una cosa, sí, no había lugar a dudas, su hijo se estaba masturbando. Rápidamente vino a su mente los recuerdos de la mañana cuando intentaba que Mario ingresara a la ducha. La imagen de su hijo desnudo volvió con fuerza a su mente y ahora Cristina temblorosa trataba de combinar los gemidos y jadeos que escuchaba con el recuerdo de la desnudez de su hijo, y se sintió excitada, tremendamente excitada, sin poder controlar la humedad que surgía entre sus piernas ni los latidos de su clítoris. Sabía que su pequeño hijo ya se había convertido en un hombre que estaba liberando sus urgencias sexuales y que, seguramente, no tenía una mujer con quien disfrutar su naciente sexualidad. Curiosa situación, ella no tenía un hombre que le satisfaciera haciéndole el amor y su hijo todavía no conocía una mujer en toda su carnalidad y tenía que consolarse por su propia mano. De pronto, escuchó un gemido más fuerte y prolongado. Sabía que eso significaba que su hijo estaba eyaculando, que de su adolescente pene estaba brotando aquel licor de su naciente hombría. Nuevamente, volvió ella en sí y se dijo que tenía que hacer algo para ayudar a su hijo. No sabía cómo, pero ya encontraría la manera de hacerlo. Aunque ella no lo fuera, su hijo sí tenía que ser feliz y disfrutar de todos los tesoros de la sexualidad.

Toda la tarde la pasó tratando de distraerse viendo algo en la televisión sin lograrlo. Sólo quería que llegara la noche para dormirse y descansar. Como todos los sábados, su marido se reuniría con sus amigos, seguramente para hablar de mujeres y vanagloriarse de sus conquistas y falsos triunfos, cada cual sintiéndose más hombre que el otro. José volvería a casa muy de madrugada o al amanecer, algo bebido caminando titubeante para acostarse a dormir y no despertar hasta la tarde del domingo. Cristina pensaba que, siquiera por unas cuantas horas, estaría sola, libre de un extraño, sí eso era lo que sentía respecto de su marido. Intentaba concentrarse en la película que se mostraba en la pantalla pero no lo conseguía. Hoy había sido un día diferente, muy diferente a todos los anteriores en su vida. Estaba bastante cómoda en el sillón y buscaba de relajarse, se hallaba descalza disfrutando de esa sensación de libertad y agrado al rozar suavemente la alfombra con sus pies. Primero con uno y luego con otro como dibujando semicírculos pequeños y grandes. Llevaba una falda corta a mitad de muslo y, al separar y juntar sus piernas, sentía también la frescura del aire entre sus piernas. De un momento a otro se percató que Mario, su hijo la observaba con disimulo desde el sillón del frente, pero no tenía sus ojos puestos en ella sino en sus muslos y auscultaba su interior cada vez que ella separaba juguetonamente las piernas. Una nueva sensación llegó primero a su mente y luego a su cuerpo. Era admirada por su propio hijo. Sentía, por primera vez, que ella era un objeto sexual para su hijo, sí, se estaba exhibiendo espontáneamente ante Mario y le permitía observar su entrepierna, su calzón y, ahora recordaba, ya no podía ver los vellos que antes acostumbraban sobresalir por los costados de su calzón entre las piernas. Descubrió que, sin querer, estaba coqueteando con su hijo, y sin habérselo propuesto, lo estaba excitando, pues ella también lo observaba con disimulo para descubrir aquel bulto entre sus piernas que antes había ignorado y era una prueba fiel de la tremenda erección que tenía su querido hijo, gracias al cuerpo de su madre. No pasaron más que unos pocos minutos y Mario se levantó para dirigirse, qué duda cabía, al baño y satisfacer su intensa excitación, para masturbarse, para…. “correrse la paja”, sí esa era la expresión que usaban los hombres, los adolescentes para referirse a esta forma de placer solitario. Cristina sintió alegría y también excitación. Esperó unos minutos y ella también se levantó, fue hacia el baño, llamó a la puerta y preguntó “¿te sientes bien, querido?” para escuchar la respuesta temblorosa de su hijo “sí mamá, ¿por qué no lo iba a estar?”. Ella no supo qué decir.

Más tarde, por la noche, cuando José ya había salido, estaban viendo la televisión en silencio, Cristina se levantó diciendo que iba a ponerse cómoda de ropa y luego ir a dormir. Caminó lentamente sabiéndose observada por Mario y empezó a sentir un calor intenso por su cuerpo. Imaginó que su hijo miraba su trasero y el balanceo de sus nalgas al caminar. ¿Por qué les atrae tanto a los hombres el trasero de las mujeres? se preguntó. Y a medida que subía por las escaleras, su hijo quedaba justo debajo de ella, imaginó cómo estaría observándola debajo de su falda y trató de subir muy lentamente, prolongando aquellos segundos de voyeurismo adolescente y de exhibicionismo maternal. Antes de ingresar a su habitación se miró nuevamente al espejo, cuán diferente era vestida y desnuda, tranquila y excitada, oscura y transparente en toda su sexualidad que recién ahora empezaba a descubrir y disfrutar. Como el espejo estaba al extremo del pasillo, su hijo no la podía ver ahora, así que empezó a desnudarse, primero la falda y luego la blusa, seguida por el sujetador y finalmente su breve tanga. No le preocupó dejar tirada su ropa en el suelo, tal vez fuera una señal para Mario. Ingresó al baño y se sentó al inodoro para orinar. Por alguna extraña razón que todavía no entendía, cada movimiento, cada acto suyo podía tener una sensación diferente y nueva, alguna relación con su sexualidad, y el orinar empezó a convertirse en una oportunidad de placer, dejó correr lentamente el pequeño chorro de orina, como una lluvia dorada que le gustó disfrutar. Abrió el grifo de la ducha, combinó fría y caliente y se introdujo para recibir miles de gotas que volvían a masajear cada milímetro de su piel. Cuidadosamente fue jabonando cada parte de su cuerpo y excitándose con mayor habilidad y rapidez. No había llegado a su clítoris cuando le sorprendió un vendaval de convulsiones y placeres en un orgasmo cada vez mayor. Se cogió con ambas manos para no perder el equilibrio y mentalmente se prometió repetir ese orgasmo regalándose caricias en sus labios vaginales y en su clítoris cuando estuviera acostada, sola, en su cama.


Terminó de recuperar su aliento, se enjuagó bien y cerró el agua. Se sorprendió al no encontrar toalla alguna, iba a salir pero no quería mojar el piso. Tomó valor y llamó a su hijo pidiéndole que le alcance una toalla. A los pocos segundos Mario llamó a la puerta y Cristina le dijo que estaba abierta. Luego, la puerta se abrió unos pocos centímetros y Cristina dijo, con la voz más calmada que pudo simular, “discúlpame pero olvidé traer toallas, pasa hijo”. Mario se sorprendió al ver, por primera vez, a su madre desnuda sin escuchar que ella le decía que eso era natural y no tenía nada de malo. Mario no dejó de mirar a su madre, sus pechos, su sexo, de arriba a abajo y de abajo hacia arriba en los dos o tres segundos que le tomó entrar al baño y extender su mano con la toalla. Cristina se cubrió y se dio vuelta, mostrando sus desnudas nalgas para que su hijo tuviera una visión completa. Nuevamente se sentía satisfecha porque le había dado la oportunidad a su hijo de conocer nuevas emociones, porque había visto una mujer desnuda por primera vez y porque ella se dio cuenta sin duda alguna, que había empezado también a disfrutar exhibiendo su desnudez. Una sonrisa de placer se dibujó en su rostro cuando Mario ya había abandonado el baño, seguramente para dirigirse a su habitación y correr a masturbarse por tercera vez aquel día. Tranquila, Cristina se dirigió a su habitación, ya sin cuidado de ser vista desnuda y así se acostó en su cama, dejando la puerta semiabierta y luz de una pequeña lámpara encendida. Trató de dormirse pero no pudo, lo único que podía era revivir en su mente, todo lo que había ocurrido ese día.

lunes, 11 de julio de 2016

MI GORDA MADRE


Mi mamá es una mujer de 55 años y bastante gorda, pero un enorme culazo tan grande y muy lindo pesara unos 130kg., tiene una cara hermosa y unos pechos súper extra grandes, yo tengo 18 años y mi papá 60 años y una muy buena relación conmigo, desde casi siempre me masturbé pensando en esas hermosas tetas, pero nunca pasó de ahí, por lo menos hasta hace casi un mes. Todas las mañanas antes de ir a la prepa me despierto bien erecto y tengo que hacerme una paja y de vez en cuando mancho el calzoncillo, cuando esto pasa lo hago un bollo y lo dejo para lavar. Una de esas mañanas al llegar al cole me entero que estaba cerrado por no haber agua, sin hacerme problema vuelvo a mi casa. Entro apresurado para ir al baño y al abrir rápido la puerta veo a mi mamá completamente en calzón sentada en el inodoro y masturbándose con un cepillo metido hasta el fondo de su concha mientras pasaba su lengua sobre el semen de mi calzoncillo, nos quedamos tiesos los dos mirándonos a los ojos por unos segundos, yo con la boca abierta y ella con su lengua llena de mi leche, cuando siento la voz de mi papá que me pregunta que hacía de vuelta tan temprano. Rápido cierro la puerta y le explico lo del corte de agua, él se despidió de mí, de mi mamá con un grito y se fue a trabajar. Me senté en el living y estuve casi 20 minutos tratando de acomodar mis ideas, mientras en todo ese tiempo mi pija no dejó de estar dura, no comprendía lo que pasaba, pero me excitaba y mucho. Fue entonces cuando escucho por fin la puerta del baño y mi madre ya con su camisón puesto se sienta frente a mí y pide aclararme lo que pasó, sin decirle una palabra la miré a los ojos y me hice todo oído. Casi al borde del llanto comenzó diciéndome que papá casi nunca la tocaba y que ella estaba segura que él tenía una amante, pero que no podía culparlo ya que ella era gorda y fea y que su tremenda calentura la llevó a excitarse con su propio hijo. Ahí la interrumpí y le pregunté que otra cosa hacía pensando en mí, me contó que mientras yo dormía boca arriba ella se masturbaba al lado de mi cama. Después me pidió disculpas y juró que jamás volveríamos a pasar por esta situación, fue ahí cuando la interrumpí y le dije que yo también era culpable ya que me había masturbado pensado en ella mil veces y que jamás la había visto como a una gorda fea, que al contrario la veía hermosa y muy mujer, ella no me creyó y decía que yo solo lo hacía para hacerla sentir un poco mejor. Me paré, me puse frente a ella, tome su mano y la apoyé en mi pija que estaba como una piedra y le dije, esto te parece mentira, después me bajé los pantalones y acerqué su cara a mi pija y ella la chupó gustosa, lo hacía perfecto, se notaba que sabía lo que hacía, solo la interrumpí para tomarla de la mano y llevarla a su cuarto. Al llegar le quité el calzón color amarillo la recosté en la cama y le dije: ahora te voy a demostrar que no te miento, y hundí mi cara en su concha, ¡que hermoso gusto!, que labios carnosos, chupé esos labios como un loco, trataba de meter la lengua lo más adentro posible, estuve así como 28 minutos en los cuales ella no dejó de gemir y le conté por lo menos cuatro orgasmos que llenaron mi boca de su hermoso néctar, después separé sus redondas piernas, corrí un poco su gran abdomen y le introduje hasta el fondo la pija. Gritaba como loca y cuanto más gritaba más fuerte la cogía, veía su cara y estaba feliz, se pellizcaba los pezones, mordía las almohadas y gritaba que me amaba que quería mi leche y que siempre había soñado con este día. A los 10 minutos la inundé de mi leche, pero no saqué la pija, chupé esas tetas gigantes con las que tantas pajas me hice, mordí esos pezones redondos como un cenicero y enseguida estaba erecto de nuevo, bombeaba como un potro y ella seguía gritando, casi disfónica, pero seguía, acabé de nuevo, pero ahora había tardado bastante más y volví a lamerle los pechos sin salir de ella. La miré a los ojos y de muy cerca le dije que saque la lengua y la deje fuera de su boca, ella obedeció enseguida y aproveché para lamer su lengua, la metí en mi boca y la saboreé toda, esto me puso al palo de otra vez y volví a embestirla, pero esta vez estaba dispuesto a matarla a pijazos, de a ratos la miraba y veía que lloraba de alegría, después se reía y al rato volvía a llorar. Sin exagerar la cogí más de 40 minutos sin parar, estaba cansado, pero orgulloso de regalarle tal cogida a mi mamá, cuando acabé me temblaban las piernas, los brazos y todo el cuerpo, ella estaba casi desmayada de placer, la besé en la boca, lamí todos sus dientes, chupé el sudor de su gordo cuello y le dije al oído: prepara algo de comer que de postre te cojo igual que ahora, pero por el culo. Ella se sorprendió y con las pocas fuerzas que le quedaban me contó que nunca lo había usado para eso, pero que para mí desde ahora no existía el no. Desde esa vez y al día de hoy me la cogí todos los santos días, como es obesa no puede ponerse sobre mi ni cambiar tan fácil de posición, pero compensa todo con la calentura que tiene, con el morbo de saber que es mi mamá y con la hermosa sensación de hacer cornudo a papá, porque ahora su macho soy yo.