Recuerdo que de adolescente, hoy
tengo 35 años, espié a mi madre mientras se duchaba. El baño tenía una
cerradura con el ojo de la llave bastante amplio y recuerdo que esa tarde, al
escuchar el ruido de la ducha, de puro curioso me acerqué a mirar por ahí. No
había nada tapando la abertura y podía ver las carnes de mi madre mojándose
bajo el agua. El baño era pequeño y la ducha era de pie y no tenía cortinas.
Estaba de espaldas a mí, así que me acomodé tranquilamente, afiné la vista y la
observé. Su trasero era grande y se bañaba metiéndose una mano entre las
nalgas. De pronto se volteó y pude ver lo que siempre quise: su sexo. Aunque en
realidad solo fueron sus vellos. Negros, rizados, la verdad no muy abundantes,
como ralos. Pero lo suficiente para excitarme mucho. Sentí que el pene se me
endurecía y lo que hice fue sacármelo y empezar a masturbarme ahí mismo. Sentía
que todo yo temblaba mientras la observaba y fue delicioso sentir mi miembro
erecto con la vista de mi madre. También observé sus tetas y todo su cuerpo
mojado se mostraba bastante delicioso. En ese momento la calentura era
demasiada y me atreví a hacer algo que, aunque desesperado, hasta cierto punto
no estaba fuera de lo normal, ya que en casa solo teníamos un baño: “Mamá,
necesito entrar al baño, ¿puedo pasar?”, pregunté tocando la puerta. “¿Qué vas
a hacer?”, me dijo cerrando el agua de la ducha. “Orinar”, le dije. “¿No puedes
esperar?”, dice. “No, es urgente”, le digo. “Ya, pues, pasa rápido”, dice. Entonces
abro la puerta, pero intento no verla de frente, solo quiero concentrarme en
que debo orinar. Esta situación ahora me excita mucho más de lo que me pasó en
ese momento. Mi madre desnuda en la ducha tratando de taparse con sus manos el
sexo y sus pechos, mientras yo me acercaba al inodoro, que se encuentra casi al
lado de ella. Como dije, la ducha no tenía cortina así que no había nada que
nos separara. “Apúrate que quiero terminar de bañarme”, dice, de reojo veo su
mano tapándose los vellos de su sexo. “Sí mamá”, digo, mientras empiezo a
desabrocharme el pantalón. No me bajo solo el cierre para sacar el pene, sino
que me desabrocho todo el pantalón para poder estar más cómodo. Al final, el
objetivo es despertar la curiosidad de mi madre por mi sexo. Bajo el cierre y
me bajo el calzoncillo. Mi pene está algo fláccido. Ella, quizás por apurarme,
se coloca a mi costado. Yo no trato de ocultar nada, ni de recogerme. Solo espero
a que salga el chorro. De pronto me sorprende con una pregunta. “¿Tienes muchos
pelos no?” Yo intento responder de la manera más normal. “Sí, ya hace un
tiempo, mamá”, le respondo con impaciencia fingida. Siento que el chorro llega
y empiezo a orinar. Mi madre me observa. “Recógete bien el pellejito para que
apuntes bien”, me dice medio riendo. “Ustedes los hombres siempre orinan como
sea y dejan mojado el piso”. Yo me río. “Lo estoy recogiendo”, le digo, y me
muevo un poco hacia su lado para que vea que lo hago bien. “Oye, tienes
bastantes pelos”, me dice, “y uau! ya estás hecho todo un hombre”. Increíblemente
acerca su mano algo húmeda y me da unos rasquidos sobre el pubis. Yo trato de
actuar como si todo fuese normal. “Una curiosidad, mamá. ¿A ti a que edad te
salieron los pelos?”, le pregunto, observando su sexo. Ella se sonroja un poco,
intenta tapárselo con una mano, pero al final se da cuenta que no tiene
sentido. “No sé, a los once o doce. Se empieza con una pelusita, y termina
así”, me dice, apuntando con sus dedos sus vellos. Yo termino de orinar, pero
no guardo mi pene aún. “Sí, tienes mucho vello”, digo, y no dejo de observarla
detenidamente. De pronto siento un estremecimiento por mi cuerpo. Es lo que
siento cuando el pene comienza a pararse. “Se te está parando”, me dice mi
madre sonriendo. “Perdóname, es por verte desnuda”, respondo cogiendo mi pene
ya bastante erecto y acariciándolo inadvertidamente en el glande. “No te
preocupes, es normal. No tiene nada de malo vernos desnudos. ¿Ya te limpiaste?
Después de orinar hay que limpiarse”, dice. Cojo un poco de papel higiénico y
comienzo a sobarlo en la punta de mi pene. Se siente bien y cada vez me excito
más. Algunos pedazos diminutos de papel se quedan en la punta. Mi mamá se da
cuenta que el pene me crece un poco más. “Se siente rico, ¿no?”, me pregunta. “La
verdad, sí”, le digo. “La punta es muy sensible”, me dice. “Oye, se han quedado
algunos pedazos de papel en la punta”. Alarga nuevamente su mano y suavemente
con sus dedos empieza a limpiar la punta de mi pene. Se siente delicioso. La
erección ahora es bastante visible. “¿Te masturbas?”, me pregunta. “Sí, claro”,
le digo. Esta vez tomo todo el tronco del pene con una mano y comienzo a subir
y bajar la piel. “Oye, ¡pero no te empieces a masturbar ahora!”, me dice. “Pero,
mamá, es que tengo muchas ganas”, respondo. “Ja, eres un atrevido. Pero, bueno,
tengo que terminarme de duchar. ¿Por qué no haces eso en tu cuarto mejor?”, me
dice. Mi mamá abre la ducha nuevamente y comienza a enjuagarse el jabón
restante que queda sobre su cuerpo. Pasa las manos sobre sus senos, se frota un
poco los pezones y luego se enjuaga entre las nalgas y un poco entre su sexo.
Yo la miro medio deslumbrado pensando que mi madre tiene algo de exhibicionista
y que, de algún modo, disfruta que la observe. Igual siento que debo obedecerla
así que acomodo mi pene nuevamente dentro de la ropa interior y me abrocho el
pantalón. Luego salgo del baño no sin antes darle una última mirada a su cuerpo
bajo el agua. Cuando voy a mi cuarto me acomodo sobre la cama y empiezo a
masturbarme recordando toda la escena.
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