Ese era el gran día. Mi hijo me
visitaría después de un viaje de seis largos meses. Hoy nos íbamos a entregar
al pecado del incesto, a poseer, a devorar, a cruzar ese límite que nos había
contenido por tanto tiempo. Me vestí para él, pensando en él, el solo roce de
la ropa interior en mis pezones era una tortura. No podría aguantar mucho así.
Mirándome al espejo me invadían las dudas, pero también una excitación
acumulada por años, desde que él se convirtió en un hombre, desde aquella
ocasión en que mientras nos bañábamos juntos como siempre vi su primera
erección. No quería pensar, si venía a mí sería porque quería estar conmigo y
también me deseaba quizás desde cuando. Estaríamos juntos sin reservas
completamente entregados sin pensar en nada más. La única regla acordada era el
silencio absoluto, no deberíamos decirnos nada, solo sentir. Había elegido mi
ropa con mucho cuidado, quería estar espectacular. Sabía lo que le gustaba y se
lo iba a dar. Un sujetador negro de copa baja que dejaba ver la parte superior
de mis senos, esa parte suave, blanda, que tiembla un poco al caminar. Liguero
negro ajustado a mi cintura, sujetando unas medias de seda negra que suben
hasta mi muslo, para terminar en un encaje negro, y unas bragas pequeñísimas
que hacían juego con el sujetador, que deja ver mi trasero casi completo. Eso
sería todo. Quería sorprenderlo, dejarle sin aliento y esperaba conseguirlo. Me
puse mi perfume en los sitios que deseaba que él besara; mi cuello, el valle
entre mis senos, detrás de mis rodillas y solo de pensarlo me humedecía completamente.
Se acercaba la hora, debía ir hacia él. Me puse mis zapatos negros tacón de
aguja y nada más, me di una última mirada al espejo esperé su llegada. Llegó a
la hora que me había dicho. Yo sabía que parecía ansiosa, pero no me importaba.
Estaba totalmente excitada y quería tenerlo ya. Recordaba en mi cabeza cada
palabra que me había dicho durante este tiempo que habíamos estado
escribiéndonos, avanzando lenta y sutilmente en nuestras fantasías incestuosas
hasta confesarnos mutuamente nuestros deseos por el otro, y ahora quería
realizar nuestras fantasías. No era la única ansiosa, mi hijo ya estaba allí y
su cara me decía que nuestro deseo era el mismo y nuestra necesidad enorme, de
manera que no perdimos tiempo nos acercamos el uno al otro y nos besamos. Fue
el beso que nos habíamos descrito. Recorría mis labios con los suyos y los
mojaba con su lengua, abría su boca y cogía mi labio inferior entre los suyos,
para volver a cerrarla y cambiar el ángulo. Yo ardía dentro de mí, y
aprovechaba cualquier ocasión para acariciar su lengua con la mía. Me apretaba
contra él con fuerza y podía notar su necesidad, su erección que me quemaba a
través de la ropa. Verle la cara fue indescriptible: deseo, pasión, fuego. Se
acercó a mí y me agarró entre sus brazos mientras devoraba mi boca en un beso
feroz. Era tan grande su ansiedad que sin darse cuenta me había levantado del
suelo y me apretaba fuerte contra su pecho. Yo esta en la gloria. Me dejó
resbalar por su cuerpo hasta que mis pies tocaron el suelo, y bajó sus manos a
mis nalgas, apretándolas y clavándome su dura erección en mi vientre. Mientras
sus manos ansiosas se abrían camino desde mi trasero hasta mi sexo, separando
mis labios para introducir sus dedos dentro de mí. Yo no podía respirar, de
repente me sobrevino un orgasmo rápido y potente y grité su nombre, dentro de
su boca. Pero quería más, mucho más. Lo quería a él dentro de mí, empujando con
fuerza. Como si hubiera leído mi pensamiento me llevó a la cama y sin dejar de
besarme me dejó encima, con cuidado, y poco a poco se fue separando, hasta
quedar de pie delante de mí. Cuando llevó sus manos a la camisa creí que me iba
a derretir. Los botones se fueron soltando y la camisa se iba abriendo dejando
al descubierto su torso. Terminó de quitársela y la tiró al suelo, y sin dejar
de mirarme a los ojos, llevó sus manos a la cintura de sus pantalones. Yo no
puede resistirme y gateando por la cama me acerqué a él, bajé su cremallera y
descubrí su sexo erecto, caliente y duro. Lo cogí con mis manos para acariciarlo,
era tan suave, deslizaba las yemas de mis dedos por toda su longitud, mientras
escuchaba su respiración entrecortada. Esa verga erecta me tenía hipnotizada,
solo pensaba en probarla, saborearla a placer y así lo hice: bajé mi cabeza y
besé la punta con los labios, casi sin tocarla, aspirando su aroma, disfrutando
del momento, pasando mi lengua por su abertura. Pero él no podía esperar y
tomándome de la cabeza empezó a empujar como si estuviera dentro de mi sexo,
entrando y saliendo de mi boca. La sensación era asombrosa, un placer inmenso
empezó a extenderse por mi cuerpo para concentrarse en mi sexo, dejándome
empapada, resbalando por mis muslos los jugos de mi cuerpo. Cuando ya creía que
estallaría en mi boca, me separó me besó profundamente recorriendo mi boca con
su lengua, y firme pero delicadamente me dio la vuelta y así, apoyándome en mis
manos y mis rodillas, entró en mi de un solo golpe, casi provocándome dolor,
tan profunda fue la penetración. Sabiendo su tamaño esperó quieto hasta que me
acostumbré a tenerlo tan profundamente dentro de mí y entonces mientras con una
mano acariciaba mi clítoris, empezó a mover sus caderas. Sacaba su sexo casi
hasta la punta para volver a meterlo de un golpe seco, provocando un roce
exquisito y llevándome con cada golpe hacia un placer inmenso. Así consiguió
mantenerse un buen rato provocándome dos orgasmos más, pero yo no tenía
bastante, mi cuerpo me decía que había algo más, algo mucho más fuerte y así
fue. Empecé a notar su respiración forzada, sus gemidos se hicieron más fuertes
y aceleró el ritmo, cada vez más deprisa, hasta que con un último golpe estalló
dentro de mí y de esa manera me catapultó a un placer exorbitante, a un orgasmo
increíble que parecía no acabar nunca. Cuando terminaron los temblores me ayudó
a recostarme en la cama, me dio el beso más dulce que me habían dado en mi vida
y sin decir palabra salió del cuatro. Tampoco dije nada, era nuestro acuerdo.
Escuché como cerraba la puerta al irse de casa otra vez. No sabía si iba a
volver ni si volveríamos a pecar, pero ya nada me importaba, habíamos cruzado
el terrible límite que nos había impuesto la naturaleza por más de dos décadas.
esto por ejempl es tabu no veo nada!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarmandame un msj a mi correo cariño y charlamos tengo mucho que contarte dei
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